Emprender una actividad económica requiere de una planificación que permita visualizar cómo se deben organizar los recursos disponibles y cómo se implementarán las diferentes etapas del proceso de producción para lograr el objetivo buscado.
Todo emprendimiento surge a partir de una idea inspiradora que moviliza al emprendedor a diseñar una estrategia que le permita alcanzar un objetivo y obtener un beneficio. Esa estrategia se sustenta básicamente sobre dos herramientas operativas: la planificación y la organización. La primera consiste en el trazado de una hoja de ruta o plan de negocio que establece metas, plazos, etapas y recursos que son necesarios para alcanzar un objetivo. La organización, por su parte, es la herramienta que ordena y coordina los recursos que serán necesarios utilizar en el proceso productivo a fin de cumplir con la ejecución de la planificación proyectada.
Un emprendedor no puede iniciar una actividad económica a tientas ni ciegas sino que debe hacerlo en base a un plan que le permita ordenar, guiar, supervisar y llevar adelante la gestión empresarial con el fin de obtener un resultado positivo. La falta de planificación genera desorientación e improvisación.
No se puede accionar económicamente un emprendimiento a partir de la improvisación esperando que la buena suerte se haga presente o creyendo que teniendo cintura para los negocios se puede lograr lo que se quiere. La improvisación lleva a malgastar recursos, cometer errores y a perder el rumbo hacia donde se quiere llegar.
La concreción de un objetivo económico requiere un plan sustentable que oriente certeramente la gestión hacia un futuro predeterminado.
Planificar implica diseñar las diferentes etapas de producción, las acciones administrativas, la inversión y las actividades operativas que serán necesarias para alcanzar el objetivo deseado. Es muy difícil –por no decir imposible– llevar adelante un emprendimiento grande o pequeño si sus actividades no están previamente planeadas y organizadas en etapas coordinadas entre sí como los eslabones de una cadena.
Por medio de una planificación se diseña la trayectoria que hay que recorrer para que el presente y el futuro se unan ordenadamente para lograr un resultado beneficioso. La planificación cumple con la función de ser una hoja de ruta que traza el sendero que hay que seguir para evitar errores, cumplir plazos y superar distintas fases de producción.
Sin una planificación que proyecte hacia donde ir y cómo ir es imposible realizar una gestión eficaz. El plan permite definir el Norte a seguir, los objetivos que se deben priorizar, las etapas a superar y las posibles contingencias que hay que prever para tener opciones de superación.
Es cierto que un plan económico no asegura que los objetivos perseguidos puedan materializarse ni que se logre la rentabilidad deseada en el tiempo proyectado. Todo plan al ser una obra humana está sujeto a errores y por lo tanto puede fracasar en sus propósitos, en su instrumentación o en sus expectativas de rentabilidad. Una de las razones más frecuentes por las que un Plan fracasa es consecuencia de una errónea interpretación del escenario económico en donde se pretende lograr un objetivo. Esa errónea lectura de la realidad, en la mayoría de los casos, es resultado de una deficiente información o equivocada interpretación del mercado con lo cual no se acierta con los pronósticos.
La errada interpretación de la realidad también suele ser consecuencia de imaginar un escenario económico de acuerdo a lo que se desea. En este caso la realidad es distorsionada o imaginada de forma tal que coincida con lo que se quiere ver. Predomina la subjetividad sobre la objetividad de los hechos dando lugar a lo que se llama realismo mágico. Se construye una realidad que sólo existe en la mente del emprendedor por lo cual todas las proyecciones y planes habrán de fracasar.
La distorsión de la realidad suele ser consecuencia de factores emocionales, falta de conocimiento, creencias erróneas o un exceso de optimismo que impide ver los problemas. Cuando esos factores intervienen suele haber una errónea lectura del contexto exterior con lo cual los pronósticos y planes suelen fracasar.
Para que un plan económico tenga posibilidades de alcanzar sus metas el planificador debe leer la realidad de manera objetiva.
La concreción exitosa de un plan también requiere que los objetivos perseguidos sean viables y no utopías inconducentes. De nada sirve tener un plan empresarial si los objetivos perseguidos no son posibles de materializar por ser elucubraciones o deseos sin sustento real. Los planes no hacen milagros ni funcionan con proyectos etéreos. Ninguna planificación puede concretarse exitosamente si los objetivos perseguidos son pura fantasía o inviables de concretar.
Otra causa que condiciona a que los planes fracasen o que no puedan implementarse como estaba proyectado son las contingencias o imprevistos. Si bien muchos riesgos y cambios se pueden prever no siempre es posible pronosticar todas las contingencias negativas. La movilidad del mercado, las políticas públicas, la acción de la naturaleza, el libre albedrío, la caída abrupta de la Bolsa, la aparición de nuevas tecnologías y los comportamientos sociales disruptivos suelen generar contingencias que no estaban previstos que afectan, dañan o destruyen las posibilidades de ejecutar los planes tal como fueron diseñados.
Ante la posibilidad de cambios en el mercado o de riesgos no previstos es muy importante que toda planificación empresarial sea flexible para poder ser modificada a fin de ajustarla a los hechos no contemplados en el plan original. Si el plan empresarial es excesivamente rígido y cerrado como para poder alterarse ante contingencias tendrá mayores probabilidades de fracasar. Al respecto cabe recordar la Ley de Hofstadter que sostiene que “los proyectos siempre demandan más tiempo y dinero de lo planificado originalmente como consecuencia de la aparición de contingencias o errores de cálculo que obligan a implementar cambios de manera constante”.
Sabiendo que la trayectoria hacia el éxito no suele ser un camino lineal ni directo por la gran cantidad de adversidades e imprevistos, una planificación empresarial debe estar abierta a cambios y tener opciones que le permitan tomar caminos oblicuos para llegar a destino. Una planificación no debe realizarse en base a parámetros rígidos que no puedan modificarse. Por el contrario, un plan económico debe ser flexible y contar con mecanismo de corrección para adaptarse a las alteraciones del mercado o para superar los errores de gestión.
Cabe señalar que la flexibilidad de un plan no se debe limitar a la posibilidad de modificar la hoja de ruta de la gestión. Esa flexibilidad también la debe tener el emprendedor y sus colaboradores que lo acompañan. Esto quiere decir que el responsable de gestión y su equipo deben tener una gran dosis de plasticidad mental para animarse a cambiar la trayectoria de la hoja de ruta tomando diagonales que le permitan llegar a destino. Ante una crisis o alteración del escenario económico no pueden aferrarse al plan original e inmolarse porque no quieren cambiar sus estrategias.
Un emprendedor no puede ser víctima de dogmatismos teóricos o caprichos que lo conduzcan a un callejón sin salida. Debe comprender que los planes son solo un medio para alcanzar un fin. No debe pasar por alto que la planificación es un instrumento operativo y como tal debe estar al servicio de los objetivos finales.
Si un plan deja de ser útil o no sirve para lograr las metas buscadas esa herramienta debe ser modificada para no convertirse en un corsé que impida llegar al destino deseado.
Finalmente, no podemos ignorar que en algunas contadas ocasiones los logros económicos no resultan de una actividad planificada. Algunas veces, y de manera excepcional, se logran beneficios que no fueron previstos ni buscados a través del diseño de un plan. Son resultados inesperados que se presentan como consecuencia de una confluencia de factores sobre los que el emprendedor no tiene mucha incidencia. Son hechos que resultan del azar, el cambio del mercado o de oportunidades no previstas.
La existencia del azar no puede ser negada. Sin embargo, esos beneficios no planificados que son resultado de diosa de la fortuna no pueden ser considerados como algo habitual o que pueden promoverse a través de la improvisación. Los hechos azarosos son excepcionales y no aparecen con frecuencia ni mucho menos cuando el emprendedor los desea. Por el contrario, la realidad nos muestra todos los días que para alcanzar un objetivo económico debe existir una actividad planeada, en donde la buena fortuna no aparece con frecuencia y la improvisación es inconducente para lograr éxitos de manera regular.
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