Ernesto Sandler
EMPRENDER Septiembre 2025

Autoridad no es autoritarismo


La autoridad ejercida para ordenar las actividades de un emprendimiento se sustenta en una gestión eficiente, justa y respetuosa, mientras que el autoritarismo es una imposición arbitraria de los directivos para obligar a que se cumplan sus mandatos.

La autoridad empresarial es la potestad que tiene el responsable de gestión para organizar una empresa y establecer pautas que permitan ordenar un proceso productivo con el propósito de lograr determinados objetivos. Esta potestad, si bien es consecuencia de la posición de poder que ocupa el empresario dentro de la organización, requiere del reconocimiento de los empleados para que pueda efectivizarse de forma plena, sin malestar ni resentimientos.
El reconocimiento y aceptación de la autoridad empresarial se construye, consolida y fortalece a partir del logro eficiente de los objetivos proyectados; se reconozcan los derechos de los empleados; se establezcan obligaciones que conduzcan a una gestión idónea; se impulse la participación laboral; se escuchen las críticas; se tengan en cuenta las demandas y todas las directivas se realicen en un marco de respeto, imparcialidad y justicia.
Ejercer la autoridad de manera apropiada permite contar con una herramienta muy valiosa para concretar los objetivos empresariales y lograr que todos los empleados trabajen a gusto, de manera mancomunada, en un clima de armonía y sin conflictos que afecten el funcionamiento de la empresa. No se puede gestionar creyendo que la autoridad destinada a vertebrar el funcionamiento eficiente de la empresa se logra de manera automática. La construcción y ejercicio de la autoridad se logra con medidas idóneas que logran la aprobación y el concenso de los empleados.
La autoridad se transforma en autoritarismo cuando se sustenta en el abuso de poder con el propósito que se cumpla –por las buenas o por las malas– lo que el empresario establece. Cuando prevalece el autoritarismo empresarial la gestión se manifiesta en conductas abusivas, soberbias, coercitivas, injustas y despóticas en donde la opinión, el consenso y la participación de los empleados desaparece.
La gestión autoritaria, ya sea que se realice a través de sanciones disciplinarias, amenazas de despido, maltrato, discriminación, descalificaciones, reducción de ingresos o críticas sarcásticas es absolutamente negativa y reprochable porque busca imponer el miedo, la sumisión y cancelar las críticas para que todos actúen de manera sumisa.

Gestionar una empresa a través de conductas y disposiciones autoritarias es contrario a la ética, la ley, la convivencia y a la eficiencia.

Dirigir autoritariamente una empresa es un recurso arcaico que busca torturar psicológicamente a los empleados para que no cuestionen el poder y las acciones del empresario. Es un mecanismo de dominación aberrante que obliga a los empleados a cumplir con los mandatos empresariales por la fuerza, la coerción y el miedo. Es la antítesis de lo que debe ser el ejercicio de una autoridad plena, donde los atributos de mando son reconocidos y aceptados por los empleados por valorarlos de manera positiva.
Los comportamientos autoritarios tienen poco en común con la autoridad que tiene un líder eficaz y honesto. El autoritarismo es abuso de poder para imponer mandatos a la fuerza y no aceptar ningún cuestionamiento de los empleados. El autoritarismo es despotismo, inequidad, opresión, injusticia y maltrato. Es una conducta que degrada a quien lo ejerce y daña al que lo recibe. Es una deformación negativa y aberrante del ejercicio de autoridad.
Mientras la auténtica autoridad se obtiene a partir de la aprobación de los empleados, el autoritarismo no tiene en cuenta la opinión de los integrantes de la empresa. Sólo tiene como objetivo exigir despóticamente que los empleados cumplan sus actividades sin resistencia y de forma sumisa.
El principal aliado del autoritarismo empresarial es la imposición del miedo. El autoritarismo emplea el terror y las sanciones como una forma feroz de ejercer control y dominio sobre todos los empleados. Utiliza el miedo para imponer la sentencia que establece que en una empresa solo debe existir una posición de mando a cargo de los directivos y una posición de obediencia sumisa por parte de los empleados.

El autoritarismo rechaza la participación, el consenso, la negociación, la crítica y los reclamos de los empleados porque busca someterlos quebrando su voluntad, independencia y disenso a partir de las amenazas y sanciones.

Las conductas autoritarias no siempre se manifiestan a través de un grito, la humillación, la desacreditación, una sanción administrativa o la reducción del salario. Los empresarios autoritarios, para no ser cuestionados por el sindicato o los empleados, muchas veces tratan de ocultar su arbitrariedad a través de mecanismos sutiles. Imponen su poder arbitrario de manera disimulada cancelando las promociones laborales, no invitando a las reuniones relevantes en los empleados que deberían estar presentes, ser estrictos en las licencias por maternidad o modificando las fechas de vacaciones. Todas esas acciones, aunque puedan ser dentro del marco de la ley para no ser cuestionadas, tienen otro propósito: generar miedo y sumisión. Son formas sutiles para disciplinar las voluntades rebeldes y a los críticos.
El autoritarismo tiene muchos rasgos negativos y repudiables. Nada bueno puede salir del maltrato, la discriminación, la coerción, la animosidad, el mal humor y la descalificación. Es difícil generar colaboración y energías positivas de los empleados cuando se ejerce el poder de manera autoritaria. Al imponer el miedo, cercenar el consenso y cancelar la participación lo único que se construye es un ambiente de trabajo insalubre, opaco y mediocre. Al prohibir la participación de los empleados se elimina la creatividad colectica quedando las posibles innovaciones reducidas al finito y reducido talento de los directivos.
En un ambiente laboral autoritario la colaboración de los empleados se limita a regañadientes a las disposiciones impartidas despóticamente por el empresario, Ningún empleado hace más de lo que le exigen. Nadie se esfuerza ni colaboraba más allá de sus obligaciones por estar lleno de rencor por el maltrato recibido o por temor a realizar algo que pueda ser cuestionado por no estar autorizado por los jefes. El autoritarismo puede hacer que los empleados cumplan a regañadientes con los mandatos de los directivos pero también acaba indefectiblemente con el aporte creativo, el esfuerzo, la pasión y el compromiso para aumentar la productividad.
El autoritarismo empresarial también afecta la salud mental de los empleados. Al vivir en un estado de temor y coerción los integrantes de la empresa son propensos a las trastornos psíquicos que repercuten en la salud mental generando estrés, depresión, angustia y desánimo. Está corroborado que en las organizaciones donde prevale el autoritarismo los empleados suelen tener ataques de pánico, depresiones, adicciones y elevados índices de ausentismo por el clima de terror existente. Esto no solo repercute negativamente en la salud física y mental de la gente sino que afecta la productividad de la empresa.
Sin lugar a dudas el autoritarismo empresarial, la coerción, el maltrato y el ejercicio del miedo no tiene nada que ver con la autoridad que todo líder debe ejercer en su organización para concretar sus objetivos, ejecutar sus planes económicos y lograr el apoyo de sus empleados al sentir que el responsable de la empresa es justo y respetuoso.

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