Son muchas las personas que no miran con agrado o critican ferozmente a los emprendedores que van detrás del éxito porque consideran que ser ambicioso deriva en conductas negativas.
Algunos emprendedores no suelen manifestar públicamente sus deseos de éxito o sus intenciones de lograr posiciones relevantes dentro del mercado porque quieren evitar críticas, descalificaciones y hostilidad de un entorno cultural que considera que tener ambiciones conduce necesariamente a pisar cabezas o tener conductas deshonestas. En vastos sectores de la sociedad argentina todavía prevalecen posturas arcaicas –sustentadas en una errónea ética religiosa y moralista– que no aceptan que tener ambición de progreso, de logros y fama no es un delito ni convierte a quien las tiene en un amoral o codicioso.
Sostener que tener aspiración de hacer dinero, triunfar o ser reconocido socialmente conduce inexorablemente a tener conductas egoístas, perversas o contrarias al bien común es insostenible y falto a la verdad. No se necesita ser ambicioso para ser maligno, codicioso o irrespetuoso. La ambición de progresar o superarse no puede ser asociada con conductas negativas que no tienen códigos ni moral. Al contrario, la ambición en la mayoría de los casos es un estímulo para progresar, cambiar, innovar y buscar objetivos superadores. Es un estímulo que ha dado lugar a los grandes avances de la civilización.
En el caso de los emprendedores económicos la ambición y deseos de superación los empuja a salir de las zonas de confort para buscar nuevos desafíos. Este deseo los motiva y moviliza sin que esto implique asumir conductas perversas y negativas hacia los demás. Es cierto que hay empresarios que con el fin de lograr un beneficio son capaces de hacer cualquier tropelía y destruir a quien se les cruce en el camino. Pero que algunos inescrupulosos justifiquen sus fechorías y daños detrás de la consigna negocios son negocios, no puede llevar a la falsa conclusión de que la ambición de progreso que puede tener un emprendedor es dañina, y negativa para quienes lo rodean.
Sin embargo, a pesar de la errónea creencia sostenida por algunos sectores de la sociedad, no se puede evitar que mucha gente castigue, descalifique y critique destructivamente a las personas que manifiestan tener ambiciones. Por esta razón, muchos emprendedores suelen disimular u ocultar su ambición de hacer fortuna, alcanzar grandes metas y ser exitosos. No desean ser descalificados socialmente. No quieren que su entorno los acusen de ser crápulas, amorales, inescrupulosos y carecer de códigos éticos por tener ambiciones de mejorar su patrimonio. Por lo tanto prefieren pasar desapercibidos. Para ocultar sus intenciones y evitar ser señalados con el dedo, prefieren construir una imagen políticamente correcta que se ajuste a lo socialmente aceptado. Se muestran sumisos y no expresan sus ambiciones de hacer fortuna o de lograr una posición relevante dentro de una empresa. Lejos de manifestar sus intenciones de crecer y progresar, prefieren pasar inadvertidos tratando de demostrar que no tienen ambiciones y que su objetivo principal es “devolver a la comunidad lo que la comunidad le ha dado”.
Un emprendedor no se tiene que culpar o avergonzar de ser ambicioso y tener metas que le permitan mejorar su bienestar económico.
Lo único que tiene vedado es ser deshonesto y mentir a su entorno. No puede tener un doble discurso, engañar y ocultar sus aspiraciones y ambiciones tratando de aparentar que su objetivo en la vida no pasa por tener recompensas económicas. Semejante falsedad solo ayuda a apuntalar la errónea creencia que tener ambiciones materiales es amoral.
Afortunadamente la crítica infundada hacia quienes tienen ambiciones de progresar y tener una mejor calidad de vida cada vez es menos frecuente entre las nuevas generaciones. Sin embargo, a pesar de este positivo cambio cultural todavía son muchos los emprendedores que tienen miedo de manifestar públicamente sus ambiciones económicas porque todavía prevalece la falsa creencia que los ambiciosos son malas personas que están dispuestos a pisar cabezas y hacer todo tipo de tropelías con tal de obtener un beneficio.
Tener ambiciones en el caso de las mujeres es mucho más cuestionado por parte de pacatos y moralistas sin fundamento. Para muchos integrantes de la sociedad que una mujer sea ambiciosa es casi una herejía que atenta contra “la mesura, el equilibrio y la femineidad que debe caracterizar a una mujer”. Mientras que a los hombres se les puede llegar a aceptar a regañadientes que busquen éxito, fama, poder y dinero, en el caso de las mujeres está absolutamente mal visto. Las mujeres que tienen ambición de progreso y ascenso económico son denostadas y descalificadas por lo que suelen ser repudiadas.
Esa mirada negativa hacia las mujeres ambiciosas no sólo la tienen los hombres sino que particularmente la tienen sus pares de género. Las mujeres son muy críticas contra aquellas que manifiestan sus deseos de progresar económicamente, tener riqueza o ascender a posiciones de poder. Son las integrantes del propio género las que suelen ser más duras contras las que se animan a manifestar sus ambiciones, emprender actividades comerciales y embarcarse detrás de grandes objetivos.
Aunque son muchas las mujeres emprendedoras que se resisten ser consideradas malas personas por que tienen el deseo de progresar y mejorar su estilo de vida no pueden evitar que esas acusaciones las lastimen psíquica y emocionalmente. No todas pueden soportar esos agravios porque les generan infelicidad y lastiman. Muchas emprendedoras no pueden soportar ese calvario por lo que prefieren alejarse de posiciones de poder, abandonan sus negocios o se limitan a hacer siempre lo mismo para evitar ser cuestionadas de no tener límites en sus ambiciones.
No hay duda que la hostilidad social hacia los hombres y mujeres que manifiestan que desean progresar es absolutamente negativo para una sociedad que aspire a desarrollarse, progresar y generar riqueza para tener un mayor bienestar. Cuestionar a una persona porque tenga ambiciones de superación solo puede provenir de gente pacata, mediocre o incapaz de emprender actividades superadoras.
Descalificar a los emprendedores por su ambición de crecimiento refleja una profunda envidia por quienes carecen del empuje para alcanzar grandes objetivos. Criticar a los que tienen sed de éxito es una actitud retrógrada de los mediocres que solo buscan cortar las alas a quienes pueden volar. Es un ataque envidioso que busca ocultar la impotencia de emprender y no tener el coraje para ir detrás de grandes desafíos. Aunque se sostenga que ser ambicioso es un pecado o un acto amoral nada de eso es verdad. Esas descalificaciones solo reflejan la envidia e impotencia de no poder hacer lo mismo que aquellos que no le ponen frenos a sus sueños.
Los emprendedores con deseos de obtener grandes logros deben tomar conciencia, más allá de las presiones sociales negativas, que se terminó la época en que debían bajar la cabeza para demostrar que eran sumisos y no tenían ambiciones. Deben asumir plenamente que tienen todo el derecho a tener aspiraciones de progreso. Nadie se puede sentir culpable por tener ganas de tener una gran fortuna o lograr un cierto poder. Lo negativo en todo caso es carecer de algún tipo de ambición y deseo de superación. Lo negativo es que se valore que es mejor ser mediocre que tener una energía arrolladora para alcanzar un objetivo.
Un emprendedor no debe cancelar sus ambiciones ni avergonzarse de querer obtener dinero u ocupar una posición de poder. No puede censurar su personalidad para agradar a los demás y por temor a que critiquen su osadía y ambición. Tampoco deben asumir conductas invisibles para no sobresalir o no destacarse en su derrotero hacia el éxito. Los emprendedores no deben resignarse a los resabios de una cultura que se opone a que sean protagonistas y ejerzan un liderazgo que los conduzca a las metas que ambicionan.
https://mail.heraclito.com.ar/post.php?post=244
contact0