Para aumentar la productividad y la eficiencia de una gestión es esencial que el empresario no sea soberbio creyendo que es superior a todos los que lo rodean y que sin su presencia nada es posible.
Un emprendedor debe proponerse metas que le permitan obtener beneficios económicos, expandan sus proyectos, aseguren su bienestar personal y le generen felicidad. Nada es comparable al orgullo de haber cumplido con éxito una gestión y lograr el reconocimiento social. Superar adversidades, cosechar éxitos, plasmar sueños que parecían imposibles y hacerse un lugar en el mercado fortalece la autoestima de todo emprendedor. Sin embargo, si no controlan los efectos efervescentes y embriagadores que produce conquistar objetivos y lograr éxitos el ego del emprendedor se puede desbordar haciendo que los logros se le suban a la cabeza.
Superar adversidades y alcanzar metas que otros no logran suele influir en la personalidad de muchos empresarios exitosos. Esos triunfos alimentan la vanidad, arrogancia y soberbia de muchos empresarios que en el pasado eran modestos, humildes y reservados. Alcanzar logros suele ser un disparador para pensar y convencerse que se tienen virtudes que los hacen mejores o superiores a los demás.
La combinación del éxito, los halagos, el crecimiento del patrimonio y el poder, en muchos casos, se convierte en una mezcla explosiva que lleva a un empresario a tener conductas soberbias, altaneras y pedantes.
Al sobredimensionar las capacidades personales o profesionales por los logros obtenidos, la soberbia se suele apoderar de un empresario convenciéndolo que no hay nadie que lo iguale y tenga sus condiciones.
Cabe aclarar que ser soberbio y engreído no tiene nada que ver con la autoestima y la valoración positiva que toda persona puede realizar sobre sí mismo por haber alcanzado exitosamente determinados objetivos. La soberbia tiene poco que ver con esa clase de auto valoración positiva. La soberbia es una malformación del sano orgullo. Mientras que el orgullo es una satisfacción personal que ayuda a apuntalar la confianza –sin herir ni desacreditar a nadie– la soberbia es una desmedida autovaloración destinada a sentirse superior al entorno, sea para descalificar, humillar o pisotear a los demás.
Creerse mejor y superior a todos los demás no suele ser un pensamiento que queda encerrado entre las paredes del cerebro. Al contrario, habitualmente ese pensamiento soberbio viene acompañado con exteriorizaciones que buscan negar, descalificar y subestimar las capacidades de los otros. Al sentirse superior, el soberbio no puede evitar tratar a los colaboradores como si fueran gente de menor cuantía o valor. Considera que su talento lo ha colocado en un pedestal desde donde debe dar lecciones y corregir sin piedad a los que tiene a su alrededor. El empresario soberbio siempre trata de demostrar que es superior a los demás por lo que jamás reconoce públicamente los aciertos de sus empleados y en caso de que no pueda ocultar esos logros se las ingenia para asumir esos aciertos como si fueran propios.
Los soberbios tratan afanosamente de demostrar que son portadores de todas las verdades y de todas las buenas ideas. Disfrutan pavonearse como si fueran infalibles y con elevados méritos personales que justifican su superioridad. Por lo tanto, hacen todo lo posible para descalificar a quienes pueden hacer sombra en su imagen o cuestionan su gestión.
Los soberbios rechazan la crítica, no aceptan sugerencias, ignoran el saber de los expertos y buscan rodearse de empleados aduladores que resalten su capacidad superior.
Es evidente que dadas las características y consecuencias que tienen las conductas soberbias son muy negativas para la gestión empresarial. Por lo tanto, un empresario debe controlar su vanidad y el exceso de empoderamiento que lo empuja a sentirse superior y mejor a todos los demás. Debe aprender a controlar su narcisismo que siempre está al acecho para hacerlo sentir que está por encima de quienes lo rodean. Un empresario no puede pensar ni gestionar creyendo que es superior a todos, que tiene todas las respuestas o sentir que tienen las mejores ideas. No puede ser tan necio de creer que lo sabe todo y que no necesita ayuda de nadie. Si siente que es el único que puede hacer las cosas bien y que su presencia es imprescindible tiene un serio problema de vanidad que afectará la convivencia con sus empleados, clientes y proveedores.
Un empresario no debe sentirse más importante que su trabajo, sus colaboradores y el emprendimiento que tiene la responsabilidad de gestionar. Debe mesurar equilibradamente sus capacidades y no sentirse el centro del universo. No puede creer que sin su presencia todo se derrumbará como un castillo de naipes porque los demás son unos inútiles o carecen de talento.
Para aumentar la productividad y la eficiencia de una gestión es esencial que un empresario sea humilde, equilibrado y no peque de soberbia. Es fundamental que reconozca sus limitaciones y esté abierto a reconocer los méritos de quienes lo rodean. No puede atribuirse la capacidad de saberlo todo y pensar que nadie le llega a la altura de los tobillos. Por el contrario debe reconocer las capacidades de su equipo para trabajar codo a codo a fin de estimular el debate de ideas, el aporte creativo y su esfuerzo puesto al servicio de la producción.
Lamentablemente muchos empresarios no se miran al espejo. Alegan que no son soberbios, altaneros o arrogantes aunque en verdad lo sean. Como dice el dicho popular “el hediondo no se huele”.
Finalmente cabe agregar que si bien la soberbia es habitualmente impulsada por el éxito o por alcanzar posiciones de poder, en muchas oportunidades suele ser parte de la naturaleza humana. Hay empresarios que no necesitan de logros para sentirse superiores a los demás. Son altaneros y pedantes en todo momento porque tienen una personalidad que los impulsa a sentir que están por encima de su entorno. Se consideran más listos, más agraciados, más carismáticos o más ilustrados por lo que miran a la gente por encima de los hombros con aire de superioridad.
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