Actualmente una parte importante de la sociedad todavía sigue calificando, juzgando, discriminando y alabando a las personas de acuerdo a su contextura física, edad, estética, vestimenta o procedencia social.
A pesar de los cambios ideológicos, sociales y culturales ocurridos en las últimas décadas no se puede desconocer que mucha gente –sin importar el nivel económico y el grupo social– sigue juzgando a las personas de acuerdo a su imagen estética, su vestimenta o por sus comportamientos sociales. Al respecto una reconocida conductora de televisión de Argentina ha popularizado la expresión: “como te ven te tratan y si te ven mal te maltratan”. Afirmación que quiere poner de manifiesto que si una persona no tiene una imagen que se ajusta a determinadas pautas estéticas o culturales le será difícil ser valorada positivamente, reconocida socialmente o aceptada por los integrantes del grupo de pertenencia. Sin embargo, hay quienes consideran que la expresión de la conductora televisiva ya no tiene vigencia porque responde a una manera de pensar de otra generación que calificaba a las personas sustancialmente por sus apariencias.
Es cierto que en la actualidad gran parte de la sociedad –en especial los millennials y centennials– buscan erradicar la calificación positiva o negativa de la gente según sus apariencias estéticas o físicas porque lo consideran discriminatorio y superficial. El pensamiento dominante de las nuevas generaciones es que una persona no debe ser juzgada por su cuerpo y debe ser libre para vestir, hablar o comportarse como lo sienta. Tampoco consideran que alguien debe estar obligado a actuar de acuerdo a ciertos estereotipos sociales ni estar condicionado a tener la imagen estética impuesta por la industria de la belleza, la moda o premisas culturales de antaño. Sin embargo, una cosa es lo que se dice de la boca para afuera –para congraciarse con el discurso dominante– y otra cosa es lo que se piensa de manera reservada para juzgar a los demás.
Aunque despierte reacciones, protestas o indignación no se puede desconocer que actualmente la imagen sigue influyendo a la hora de calificar a una persona.
A pesar de las campañas culturales, las políticas de género y las acciones gubernamentales una parte importante de la sociedad todavía juzga, califica o discrimina a las personas de acuerdo a la contextura física, la edad, la estética, la vestimenta, los gestos, la procedencia social o las palabras utilizadas al hablar. Aunque moleste, irrite y genere repudio no se puede desconocer que para un alto porcentaje de la población la imagen que transmite una persona sigue siendo más importante que sus conocimientos, títulos universitarios, profesión u oficio. Por lo tanto, si la percepción sobre su apariencia es positiva existirá una aceptación plena. En cambio, si la imagen no se ajusta a las normas estéticas o es contraria a lo que el grupo social aprueba seguramente se producirán críticas, rechazo, murmullos y comentarios negativos.
La calificación realizada a partir de las apariencias estéticas no se limita al mundo fashion o de la moda. La valoración de las personas según la imagen prevalece en todos los ámbitos sociales incluido el económico. Una gran cantidad de gente que participa en los ámbitos empresariales y comerciales califica, valoriza, juzga o discrimina a sus clientes, proveedores y empresarios de acuerdo a su imagen.
En los ámbitos económicos es habitual que –en voz baja o a escondidas– se emitan juicios negativos, burlas, denostaciones y críticas cuando algunos integrantes no tienen la apariencia que deberían tener de acuerdo a los códigos estéticos o culturales dominantes. A la inversa, cuando una imagen es aceptada socialmente se convierte en una carta de presentación que abre puertas para los negocios, genera sonrisas complacientes, facilita la realización de emprendimientos y hasta permite tapar las falencias profesionales. Esta realidad –aunque se niegue públicamente– condiciona el accionar de muchos empresarios que saben que para ser aceptados por determinados sectores o grupos de poder es necesario tener una imagen que se ajuste a lo que el entorno prueba o considera correcto.
Los empresarios, comerciantes, clientes y proveedores han aprendido que muchas veces una imagen positiva vale más que mil palabras. Reconocen que la aceptación por parte de los demás en gran medida depende de lo que representa su imagen. Es justamente la relevancia que tienen las apariencias para ser aceptado socialmente lo que determina que muchos empresarios eviten mostrarse como son y adopten la imagen que la mayoría aprueba. Tienen miedo a que su imagen le juegue en contra y sean cuestionados por el entorno en donde deben actuar y realizar sus negocios. Aunque se quejen en la intimidad por las presiones y pautas culturales que lo obligan a tener una determinada apariencia saben que para ser aceptados plenamente deben tener la apariencia que prevalece y es valorada como positiva en cada circulo social.
La descalificación y discriminación sustentada en las apariencias suele generar miedo entre los emprendedores porque saben que eso puede significar que sea rechazado o discriminado por los colegas, inversionistas, clientes o proveedores. Ser juzgados negativamente por su imagen, vestimenta, forma de hablar o por sus hábitos sociales puede ser la causa que se le cierren muchas puertas.
Muchos empresarios saben que pueden ser juzgados negativamente si no usan ropa de marca, no viven en un barrio de prestigio, tienen gestos inapropiados, no tienen autos importados o hablan de manera incorrecta.
Los empresarios –en especial las mujeres– han aprendido que si su imagen no es aprobada por el círculo de pertenencia tendrán mayores dificultades de concretar un proyecto, realizar un negocio comercial o conseguir un crédito bancario. En cambio si su imagen se ajusta a las pautas del círculo que frecuentan no sólo se les abrirán muchas puertas sino que es factible que todo el mundo haga circular elogios sobre su persona.
La percepción cultural y visual sobre las apariencias del otro –aunque cause fastidio– sigue siendo un catalizador para aceptar o rechazar a una persona. Esto queda muy expuesto en los eventos artísticos donde se pasa una lupa a la imagen de las celebridades que concurren, sea para criticarlas o ensalzarlas. Sin embargo, no es muy distinto a lo que sucede en el mundo de los negocios en donde, aunque no exista un ranking de los mejor vestidos como existe en el mundo de la moda, se juzga a la gente por el modelo de su celular, vestimenta o accesorios. Por esa razón muchos emprendedores –para no ser rechazados o ignorados– optan por adaptarse a las pautas culturales estéticas vigentes, mostrándose con elegante etiqueta en un evento corporativo o con zapatillas de marca en un encuentro informal. Saben que la ropa de marca, viajar por el mundo, tener un gusto gourmet o un vocabulario cool le permite ser aceptado en ciertos círculos de negocios. A la inversa, tener un corte de pelo fuera de moda, usar ropa sin marca, hablar con un vocabulario callejero, no tener un auto de alta gama o vivir en barrios populares son elementos para ser rechazados y descalificados.
No hay duda que la formación profesional, la capacitación, el conocimiento, la experiencia, los éxitos obtenidos y los valores morales deberían ser los hechos a tener en cuenta al analizar y calificar a un empresario. Sin embargo, esos temas muchas veces dejan de ser prioritarios en los ámbitos de negocios porque quedan rezagados por análisis o impresiones personales vinculadas a las apariencias aunque cueste creer y comprender.
Indudablemente que es muy negativo que una persona sea juzgada positiva o negativamente de acuerdo a su delgadez, sobrepeso, corte de pelo, blancura de dientes, ropa o calzado. Es muy dañino calificar negativamente a alguien o ensalzar su personalidad por la imagen que representa. Sin embargo, es lo que habitualmente sucede. Por esa razón, los empresarios suelen estar atentos a la mirada que los otros tienen sobre su imagen, forma de hablar y comportamiento social. Saben que si no pasan por el tamiz de lo que se considera una imagen correcta serán desplazados, no tenidos en cuenta y hasta pueden ser objeto de bullying.
Se podrá sostener que juzgar a un emprendedor por su apariencia estética o social es una aberración y un actitud retrógrada que no se compadece con una sociedad libre de prejuicios. Sin embargo, esta discriminación y forma de juzgar a la gente sigue siendo una realidad. Es cierto que todo empresario tiene la posibilidad de ignorar la percepción que los demás pueden tener a partir de su apariencia estética o su modo de vida social. Están en su pleno derecho a ignorar la mirada de los otros y no seguir las pautas culturales que le quieren imponer. Cada persona es libre para mostrarse ante los demás como se sienta a gusto. Tiene la libertad de no seguir los mandatos que imponen las tradiciones, la tiranía de la cultura fashion o las convenciones sociales. Por lo tanto, si se siente seguro de sí mismo debe ignorar la mirada inquisidora que los demás pueden tener sobre sus apariencias y asumir la imagen que considera que lo representa plenamente. Sin embargo, ignorar o rechazar las presiones de la cultura de las apariencias no quiere decir que esas presiones sociales no existan y no sean causa importante de discriminación para hacer negocios.
La imagen que muestra un empresario ante su círculo de pertenencia suele ser utilizada como un medio de seducción para hacer que los demás lo acepten mostrando la imagen que quieren ver. Es un medio que muchos utilizan para embaucar a los crédulos que consideran que el “envoltorio”, la imagen externa o las apariencias representan las verdaderas capacidades y valores de una persona.
Aparentar una “imagen falsa” es muy negativo porque se construyen relaciones de negocio a partir de engaños y mentiras destinadas a agradar y embaucar a los demás para obtener algún tipo de beneficio que no podría obtener mostrando su verdadera personalidad, identidad y conocimientos.
El empresario que muestra una imagen falsa es un hipócrita y manipulador porque sus conductas tienen como propósito lograr una ganancia sustentada en una mentira y el engaño. Es un empresario que usa un “disfraz” para ocultar sus limitaciones, intereses, malas intenciones o antecedentes negativos.
Los empresarios que ocultan su verdadera identidad –a través de una imagen falsa– generalmente buscan manipular a clientes, socios, inversores, consumidores, trabajadores y organismos públicos para obtener algún tipo de ganancia o evitar que se descubran sus errores o tropelías. Su estrategia es hacer creer a los demás que se tienen talentos, vinculaciones, honestidad o recursos que en verdad carecen. Fingen una imagen con el propósito de embaucar o estafar al entorno. Lo hacen sin escrúpulos porque saben que en la actualidad la mayoría de los negocios se concretan a partir de las apariencias.
La construcción de una imagen artificial por parte de un empresario es un arma mortal para quienes los empresarios aparentan ser. Por esta razón, en el mundo de los negocios, hay que estar atentos a no ser engañados por las falsas apariencias sabiendo que “no todo lo que brilla es oro”.
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