La gran mayoría de los argentinos están convencidos que el mercado es un instrumento que beneficia a los poderes privados hegemónicos para que puedan obtener beneficios indebidos a costa de la pobreza de vastos sectores sociales.
En los sistemas económicos en donde prevalece la
actividad privada y la libertad económica el mercado es el espacio físico o
virtual en donde confluyen la oferta y demanda para intercambiar bienes o
servicios. El mercado funciona como una brújula que orienta –por medio de los
precios– a los actores económicos para que puedan organizar sus planes,
satisfacer sus necesidades y obtener beneficios.
Para que el mercado sea un instrumento idóneo que permita reflejar con exactitud la escasez y la abundancia de bienes de una sociedad es necesario que sea abierto, libre, competitivo y transparente para que todos los actores de la oferta y la demanda puedan llevar adelante sus planes sin restricciones. Su buen funcionamiento operativo requiere que no sea distorsionado con controles, intervenciones, prohibiciones y manipulaciones realizadas por el poder público o grupos privados.
Es muy importante que el mercado sea protegido de condicionamientos e interferencias realizados por poderes que quieren manipular la oferta, la demanda o el sistema de precios. Por esta razón, el buen funcionamiento eficaz y transparencia del mercado requiere que el Estado, con la ayuda del Derecho Positivo, garantice que no sea distorsionado ni manipulado. El Estado debe establecer normas que garanticen la trilogía dada por la libertad, la competencia y la igualdad de oportunidades para que el mercado pueda funcionar con plenitud y no se generen perjuicios para los que participan.
En nuestro país el mercado ha sido objeto de constantes intervenciones por parte del poder estatal, grupos económicos y sindicatos con lo cual no logra tener un funcionamiento pleno, libre, competitivo y eficaz para orientar certeramente las conductas económicas de productores y consumidores. Esas intervenciones y manipulaciones distorsionan o anulan las herramientas que deben prevalecer en el mercado libre para que sea un eficiente ordenador de las conductas económicas privadas.
Las presiones e intervenciones al mercado a lo largo de los años ha producido una profunda distorsión de los datos de realidad, falta de transparencia, altos niveles de corrupción, manipulación de los precios, hegemonía de grupos monopólicos, ganancias indebidas, limitación de la competencia y exclusión de algunos sectores productivos, entre otras consecuencias negativas.
Las consecuencias dañinas de la manipulación del mercado han sido determinantes para que los argentinos no crean que es un instrumento eficaz para satisfacer las necesidades sociales, incentivar la producción y equilibrar la oferta con la demanda. Los argentinos están convencidos que el mercado es solo un instrumento o pantalla que beneficia a determinados empresas privadas para que puedan beneficiarse indebidamente a costa de la pobreza de vastos sectores sociales. Critican al mercado y lo definen como una artimaña generada por los poderosos para perjudicar a los consumidores, los trabajadores, las pymes y los sectores vulnerables.
No se puede desconocer que la visión negativa de los argentinos hacia el mercado tiene un sustento sólido y real. En nuestro país la mayoría de los mercados son manipulados por grupos económicos hegemónicos que buscan obtener mayores beneficios. Por otro lado, esa distorsión se incrementa al ser constantemente intervenido y controlado por el Estado cuando establece precios máximos, genera dinero inflacionario o manipula los salarios de acuerdo a sus necesidades políticas. Tanto la manipulación privada como estatal ha dado como resultado que este instrumento valioso para vincular la oferta y la demanda –a fin de dar a cada uno lo que le corresponde– solo pueda encontrarse en contados escenarios económicos.
La historia de nuestra económica nos muestra que casi todos los mercados están sujetos a controles, intervenciones y manipulaciones de intereses privados y públicos que buscan llevar agua para su molino.
Ante esta realidad algunos sectores de la sociedad exigen que el Estado incremente sus controles para terminar con los intereses privados que se esconden detrás de la fachada del mercado para obtener beneficios en detrimento del bienestar colectivo. Reclaman que el Estado intervenga y controle a las empresas privadas que se considera que cometen abusos y tropelías detrás de una supuesta libertad económica. Exigen que el Estado ordene y planifique la oferta y la demanda dado que el mercado no lo hace de manera equilibrada y justa. Al solicitar esta intervención dan carta blanca al Estado para que manipule, controle y anule la libertad y competencia que exige un mercado para que funcione correctamente. De esta forma, el remedio aplicado por el Estado acrecienta los problemas y termina destruyendo la libertad económica que requiere un mercado.
A la mayoría de los argentinos les cuenta entender y aceptar que el mercado es un instrumento eficaz para orientar la producción, los salarios, el consumo, las inversiones y generar un mayor bienestar. Consideran que para que el mercado pueda equilibrar la oferta y la demanda se requiere una planificación estatal, un mayor control público y el establecimiento de límites a la libertad económica. Gran parte de los nacionales consideran que el llamado mercado libre y competitivo es una patraña utilizada como una pantalla para ocultar la trama de intereses negativos nacionales e internacionales que destruyen a las pymes e impiden que existan salarios justos para los trabajadores.
Gran parte de nuestra sociedad cuestiona la inocencia de aquellos que afirman que los intereses económicos individuales que concurren al mercado se organizan de manera eficaz cuando existe libertad y el Estado no interviene. Por lo tanto se ríen cuando se sostiene que los planes económicos individuales de la oferta y la demanda se ordenan y logran sus objetivos a través de la mano invisible representada por el mercado. Para la ideología dominante en nuestro país las calificaciones positivas hacia el mercado son una burda mentira sin sustento en la realidad. Para la gran mayoría de los argentinos la única manera de organizar de manera imparcial las relaciones entre oferta y demanda es a través de una intervención y planificación estatal. Por ese motivo, reclaman que los organismos públicos controlen a los llamados formadores de precios para ponerle límites a su codicia; proteja la mesa de los argentinos fijando precios populares para los bienes y servicios; Defienda la industria nacional con medidas proteccionistas que impidan las importaciones; Fije por decreto los salarios para garantizar un ingreso digno a los trabajadores; y congele las tarifas públicas para evitar aumentos que no se pueden afrontar.
La sociedad argentina mayoritariamente rechaza al mercado porque sostiene que si los intereses privados son dejados en libertad atentan contra el bienestar colectivo y se enriquecen a costa de la pobreza de la gente.
Sostener esa postura negativa hacia el mercado ha sido determinante para que en lugar de corregir las distorsiones que se generan dentro del mercado por la manipulación de los poderes públicos y privados se lo elimine o intervenga impidiendo la libre puja de oferentes y demandantes. Los sindicatos, organizaciones sociales, piqueteros, intelectuales, artistas y la mayoría de los partidos políticos reclaman de manera constante que se intervenga el mercado porque descreen de su capacidad para ordenar las relaciones productivas de manera eficaz y positiva. Todos están convencidos que el mercado es la pantalla que los abusadores y explotadores económicos utilizan para ocultar sus felonías.
El rechazo al mercado, la libertad económica y la competencia no es el pensamiento dominante que prevalece en gran parte de los países desarrollados, aun en aquellos que políticamente se definen como socialistas. Por el contrario, en casi la totalidad de las naciones desarrolladas del mundo, el mercado es el principal ordenador de las relaciones económicas que se dan entre las empresas, consumidores y trabajadores por ser considerado un instrumento superior a la planificación estatal. Esos países –desde China a Estados Unidos– han experimentado que su pujanza económica y el progreso social se debe centralmente a la existencia de un mercado abierto y competitivo. Han comprobado que el mercado genera resultados muy superiores a los obtenidos en los países en donde prevalece la planificación estatal, los monopolios y la supresión del mercado. Han verificado que el mercado permite alcanzar elevados índices de productividad, una permanente innovación, una mejor distribución de la riqueza, mayores salarios y la existencia de un sistema de precios que muestra donde está la escasez y la abundancia para que la actividad económica se organice y oriente.
Los países económicamente desarrollados promueven el mecanismo de mercado para ordenar la actividad privada. Lo hacen porque han comprado empíricamente –después de arduas discusiones teóricas y malas experiencias– que el mercado abierto y sin restricciones es el mecanismo más idóneo para que los integrantes de la sociedad puedan participar en la producción y recibir una mejor retribución por el esfuerzo aportado.
Es cierto que la puja de la oferta y la demanda que se da en el mercado no siempre los participantes logran los resultados deseados. En esa puja de intereses contrapuestos muchas veces hay que ceder las pretensiones buscadas y otras veces no se obtienen los beneficios esperados. Esto es consecuencia que en un mercado libre no se asignan resultados antes de que se produzca el cruce efectivo de la oferta y la demanda. Al ingresar al mercado solo se puede pronosticar los posibles resultados ya que los precios finales, la cantidad de oferta o el volumen de demanda se ira conformando progresivamente a partir de la puja entablada entre quienes concurren al mercado. Si bien cada empresa, trabajador, comerciante, inversor o exportador planifica sus actividades económicas para lograr determinados beneficios, es el mercado el que finalmente definirá cual es el beneficio o la perdida que cada uno obtendrá luego de producirse el entrecruzamiento de oferta y demanda.
En el mercado –al no existir un planificador central y hegemonice que decide que producir, como distribuir las ganancias, cuales deben ser los precios de los productos– reina una cierta incertidumbre entre sus concurrentes. Nadie puede asegurar si los planes de cada participante individual se concretaran como fueron diseñados. Todos los objetivos están sujetos al cruce entre la oferta y la demanda que libran los miles de intereses que participan en el mercado.
En un mercado no hay garantía de éxito ya todos los participantes pueden ser rechazados si los precios o calidad de sus productos no son aceptados por la contraparte.
Sin embargo, a pesar de las fallas, desequilibrios y críticas, sin lugar a dudas, el mercado es un mecanismo ordenador de las actividades económicas mucho más idóneo, eficaz y justo que la planificación estatal. Por lo tanto si nuestro país quiere ingresar al mundo del progreso y el crecimiento debe dejar atrás la ideología que niega la existencia del mercado abierto y descree de los beneficios de la libertad económica. Si los argentinos siguen adhiriendo dogmáticamente a la idea que el Estado debe ser el responsable de regular, planificar y ordenar las relaciones económicas entre la oferta y demanda, el comercio internacional, los precios de los productos o los montos salariales que deben ganar los trabajadores seguirá su camino decadente. Solo abandonando los prejuicios y falsas creencias sobre el mercado tendrá la posibilidad de crecer como país y recomponer el sistema productivo para que la gente logre el bienestar anhelado.
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