Ernesto Sandler
POLÍTICA ECONÓMICA Agosto 2024

La grieta social


No escuchar las propuestas o ideas que difieren de las propias ha generado una grieta social que divide a la sociedad entre los que piensan de una manera y los piensan de otra diferente.

Los argentinos se dividen mayoritariamente en dos grandes sectores sociales según su capacidad de prestar atención a lo que los otros expresan sobre  política, economía, religión o gremialismo. Por un lado está el  sector  conformado por los que no quieren escuchar opiniones diferentes a las suyas y,  por el otro, el sector integrado por los que rechazan todas las opiniones que no coinciden con su manera de pensar.
En resumen, la gran mayoría de los  nacionales  no está dispuesto a escuchar ni reflexionar sobre opiniones que sostengan ideas diferentes a las que pregonan. Esto significa que los argumentos que contradicen sus creencias les entran por un oído y les salen por el otro no generando ningún efecto de cambio en su manera de pensar, razonar o sentir.
Por  lo general, cuando un argentino dice que hay que aprender a escuchar propuestas diferentes o contrarias a las suyas es pura apariencia.  La mayoría finge porque quieren mostrarse ante los demás  como una persona abierta a las críticas y disidencias  aunque en su fuero intimo  no está dispuesto   a modificar un ápice su opinión ni a escuchar a los  que tienen ideas distintas. Su mente y corazón se resisten a revisar o dudar sobre lo que han defendido toda su vida.
No tener la predisposición ni intención de escuchar las ideas que difieren de las propias ha llevado a los argentinos a levantar un muro acústico a su alrededor para no escuchar ni prestar atención a los sectores sociales o personas que piensan distinto. Ese muro acústico ha generado lo que conocemos como una grieta social que divide a la sociedad entre los que piensan de manera y los piensan diferente. Una  tan profunda que  cancela toda posibilidad de entendimiento y acuerdos al tiempo que promueve  enfrentamientos para  imponer a la fuerza las  ideas de  unos sobre los otros.
La creación de la grieta social ha llevado a que una parte de la sociedad se aglutine detrás de las ideas que comparten negándose a escuchar las opiniones de los que están aglutinados al otro lado de la grieta. Ambos  sectores sienten que son portadores de  una única verdad por  lo que no se escuchan aunque griten a todo pulmón. Entre ambos sectores han trazado una grieta y levantado un muro acústico  en base a preceptos ideológicos, sentimientos y creencias que  no están dispuestos a cambiar ni revisar. Si en algún momento los  integrantes de  los sectores enfrentados tienen algún tipo de contacto no es para  consensuar objetivos comunes sino que es para descalificarse mutuamente y –llegado el caso– ejercer la  fuerza para imponer sus opiniones.
La paradoja es que mientras los argentinos se  niegan a escuchar a los que opinan distinto,  la  gran mayoría  se auto-percibe como defensores del diálogo, el consenso, el entendimiento y los acuerdos. De esta manera,  mientras expresan que es necesario consensar y dialogar, en la práctica diaria ni se escuchan ni  aceptan las propuestas que no coinciden con su manera de pensar y sentir.

Aunque para la tribuna y los medios de comunicación los argentinos proclaman la necesidad del diálogo para llegar a acuerdos superadores en sus conductas habituales no escuchan a los demás cuando sus opiniones no coincide con lo que ellos consideran que es la única verdad.

Las constantes propuestas de  dialogo y consenso sostenidas por los dirigentes  de todos el país es solo una consigna para no ser cuestionados por inflexibles o negadores de otras opiniones diferentes. Es una solo una artimaña dado que en los hechos ningún dirigente tiene en cuenta las ideas contrarias a las propias. Mucho menos, esos dirigentes están dispuestos a reconocer que estaban errados y por lo tanto dispuestos a modificar sus creencias. Por esa razón, las propuestas de diálogo, la negociación honesta y acuerdos nunca se producen porque nadie quiere ceder ni escuchar propuestas que los contradicen.
La característica de no escuchar las opiniones que cuestionan las ideas propias es consecuencia directa del rasgo nacional que hace que cada argentino o grupo social se sienta poseedor de la verdad. Por lo tanto cuando alguien contradice o propone algo distinto la tendencia prevaleciente en nuestra idiosincrasia nacional es clausurar los oídos, la mente y el corazón. Mas allá de los argumentos vertidos existe una profunda resistencia a cambiar las creencias o aceptar que el otro puede tener una parte  de  verdad en lo que expresa.
Es evidente que no escuchar a los que piensan diferente es muy negativo para construir una sociedad abierta, democrática, participativa y colaborativa. Una sociedad que este predispuesta a encontrar las mejores ideas que conduzcan al progreso y la convivencia plena. Saber escuchar y tener la capacidad de reflexionar sobre lo que los demás aportan hace crecer a una sociedad. De la diversidad de ideas se aprende porque ayuda a descubrir mejores senderos para llegar a un objetivo y para corregir los errores que conducen al fracaso.
Es muy negativo para la convivencia social fingir que se escucha a los que piensan diferente  cuando en verdad no se hace ningún esfuerzo para tomar  nota  y reflexionar sobre lo que dice el interlocutor. No valorar las ideas de los otros ni reflexionar sobre las opiniones divergentes es negativa y tóxica para el progreso social porque invalida la capacidad de escuchar las demandas, las críticas y las opiniones que en muchos casos pueden ser más eficaces que las propias.


Para llegar a las mejores propuestas de progreso  una sociedad debe escuchar todas  las opiniones. No se puede hacer oídos sordos a los que sostienen ideas diferentes.

Los integrantes de la sociedad deben tener la capacidad de comprender y reconocer que en temas sociales, económicos y políticos  no existe una verdad absoluta e inmutable. No se puede pecar de soberbia y  pensar que las  creencias propias son las únicas verdaderas. La verdad en ciencias sociales es relativa. Las conductas humanas y las realidades materiales  no solo son difíciles de conocer con exactitud sino que son muy cambiantes con lo cual no se puede sostener que existe una única verdad. Los argentinos no pueden ser dogmáticos, inflexibles y cerrados emocionalmente para  creer que lo que piensan en materia social y económica es  la única  verdad y que los demás  no tienen nada  que aportar si piensan distinto. Hay que tener la  humildad  y la  capacidad de  comprender que las creencias económicas  o políticas que defienden pueden estar equivocadas sea porque los conocimientos que la  sostienen son errados o porque  realidad cambio dejando de ser válidos los postulados que se sostenían en el pasado.
Aprender a escuchar de manera abierta, honesta y sin prejuicios permite sacar provecho a las discusiones diarias entre amigos, a las opiniones de los empleados, a las noticias periodísticas, a los discursos de los dirigentes  que piensan distinto o a las quejas de los empresarios. Si se presta atención a los comentarios antagónicos o diferentes a nuestra manera de  analizar la realidad posiblemente se puedan encontrar mejores soluciones para superar nuestras crisis y adversidades. En cambio  negarse a  escuchar a los que piensan diferentes puede aumentar los problemas, las crisis o desequilibrios sociales porque se toman decisiones inapropiadas para solucionarlos. 
Una expresión muy antigua dice: “Dios le dio al hombre dos oídos y una sola boca para que escuche más y hable menos”. Lamentablemente la gran mayoría de los argentinos no siguen este sabio consejo. Sienten que lo saben todo y no escuchan a los demás cuando opinan diferente. No comprenden que los otros pueden tener buenas ideas o sugerencias que de aplicarse pueden redundar en beneficio de toda la sociedad.
La concreción de proyectos superadores se logra más fácilmente cuando la gente tiene el hábito de escuchar y aceptar las ideas de los otros. Saber escuchar y reconocer que nuestras verdades pueden estar equivocadas es el norte que debe guiar a los argentinos para encontrar un consenso sobre las ideas más eficaces que nos permitan salir de la decadencia. La unidad nacional que los dirigentes reclaman permanentemente es difícil de lograr si no se escuchan entre sí, no se aceptan las opiniones de los otros y sienten que son portadores  exclusivos  de la verdad. Por lo tanto antes de descalificar o perseguir a los que proponen objetivos diferentes es recomendable aprender a escuchar, cerrar la boca, calmar la lengua y ponerse a reflexionar si hay algo de acertado en lo que dicen los demás. Ese camino es mucho más beneficioso que encerrarse en las propias ideas y creer que las propuestas propias son las mejores.

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