Ernesto Sandler
POLÍTICA ECONÓMICA Agosto 2024

Culpar a los otros


La gran mayoría de los argentinos tiende a acusar a los demás de sus propios errores por lo que difícilmente asumen la responsabilidad de sus desaciertos o realizan algún tipo de autocrítica por sus equivocaciones.

Forma parte de la naturaleza humana atribuir los errores propios a circunstancias externas a fin de no asumir ninguna responsabilidad o no sentir culpa por ser causante de esos errores. Por esa razón, es habitual que la mayoría de las personas se resista a reconocer sus equivocaciones o aceptar su incapacidad para hallar soluciones a los problemas que se les presentan. De manera instintiva o premeditada prefieren echarle a otros la culpa de los errores propios en lugar de asumir algún tipo de responsabilidad.
En nuestro país echar la culpa a los otros forma parte esencial de la idiosincrasia nacional. La gran mayoría de  los  argentinos  tienden a acusar a los demás de sus propios yerros por lo que difícilmente asumen sus desaciertos o realizan algún tipo de autocrítica por sus equivocaciones. Es poco habitual que reconozcan que los conflictos sociales, las crisis económicas o los errores de gestión son consecuencia directa de su propio accionar o de las propuestas que implementaron para resolver determinadas necesidades. Lo normal es que atribuyan sus equivocaciones a otras personas y circunstancias externas en las cuales consideran que no tuvieron nada que ver o que su responsabilidad no fue relevante.
Si bien en charlas informales algunos nacionales sostienen que los males que padece el país son culpa de “nuestra forma de ser”, esas palabras quieren expresar una cosa distinta a lo que podría interpretarse. Lo que en verdad se quiere decir es que la responsabilidad de la decadencia económica nacional se debe a la conductas negativas de algunos argentinos entre los  cuales la persona  que lo expresa no siente incluido.
A partir de esa posición acusadora y auto excluyente, la lista de quienes son los otros que son los responsables de los problemas  nacionales tiene múltiples  matices ya que cambia, crece o se potencia de acuerdo a la ideología que se profesa, interés que se  persigue o al grupo al que se pertenece. Si los acusadores  son los trabajadores no dudan en señalar que la culpa de sus padecimientos la tienen los empresarios que lucran con su esfuerzo. Si se hace referencia a las falencias de la educación los maestros sostienen que la culpa es del Estado que no se hace presente, mientras que los padres de los estudiantes afirman que la pésima educación es consecuencia del sindicato de maestros. Si son peronistas las penurias económicas son atribuidas al neoliberalismo, y si los que hablan son grupos de izquierda le echan la culpa al imperialismo, al FMI y a los lacayos nacionales. En síntesis, son pocos los argentinos que se hacen cargo de tener alguna responsabilidad por los padecimientos que padecen y se quejan.
En la lista negra de culpables no existe el nosotros porque siempre la responsabilidad es de otros. Es muy poco frecuente que un nacional acepte que sus ideas, conductas o propuestas son erróneas. Sea empleado, empresario, secretario sindical, funcionario, legislador, hombre de campo, comerciante o intelectual nadie se hace cargo de sus equivocaciones, que sus ideas son erróneas o que han impulsado propuestas que impidieron el progreso y bienestar social.
Acusar a los demás de los padecimientos o problemas que padece le país cada argentino se siente libre de culpas y responsabilidades. Esa postura le permite ubicarse en el bando de los buenos y estar afuera del bando de los malos que son los victimarios y responsable de sus padecimientos.
Es indudable asumirse como víctimas y estar en el bando de los buenos es reconfortante y tranquilizador. Esta cómoda posición evita la autocrítica, tener que reconocer los errores propios o aceptar que los idearios que se defienden son inútiles para lograr  una mejor  calidad  de vida. Por otra parte, al sostener que los otros son los causantes de los padecimientos individuales y sociales permite al acusador colocarse en una posición de víctima y crítico de aquellos que consideran que lo han dañado, perjudicado o explotado.

Al sostener que la culpa de nuestros padecimientos es responsabilidad otros permite asumir una posición acusadora y sentir que se tiene derecho a criticar, protestar, insultar y descalificar a quienes se señala como responsable de los problemas o daños.

Culpar a los otros en lugar de reconocer la responsabilidad de haber  errado o sostenido un ideario negativo para el progreso social ha sido una constante en nuestra historia. Lo único que ha cambia periódicamente en el país  es la descripción  de quiénes son los culpables de los problemas y padecimientos. A veces se culpa al centralismo porteño,  al populismo peronista, a la corrupción kirchnerista, a los jueces que encajonan expedientes, a los derechistas como Milei, a los difusores del odio, a los empresarios explotadores o al campo exportador. Lo que no cambia y es una constante es que la culpa de la crisis permanente  siempre es de los otros.
Esta lista negra de culpables de nuestra decadencia no se limita a protagonistas nacionales sino que se complementa con actores internacionales. Gran parte de la sociedad argentina está convencida que grupos económicos y países imperiales son los verdaderos titiriteros que nos manejan a su gusto para su propio beneficio. Esos responsables internacionales de nuestra pobres tienen nombre propio según la ideología del denunciante y sus necesidades coyunturales, pudiendo ser el imperialismo americano, las multinacionales, el dumping chino, el sistema financiero internacional, los brasileños, los judíos o  las Iglesias evangélicas.
Es cierto –y no se puede desconocer– que hay grupos económicos y dirigentes nacionales e internacionales que apelan a la corrupción, la fuerza, la codicia, la deshonestidad y utilizan decenas de artimañas económicas para lograr beneficios que dejan un tendal de problemas y desigualdades sociales. Esto nadie lo puede negar y existen cientos de hechos que lo acreditan. Lo que no se puede aceptar es atribuir de manera excluyente que nuestra crónica decadencia económica es consecuencia de grupos nacionales y extranjeros que desde hace décadas están empecinados en sumergir a los argentinos en la miseria y la dependencia.
Sostener que la decadencia nacional es culpa de otros es una mentira que muchos nacionales sostienen para lavarse las manos como Poncio Pilato y no hacerse cargo de sus responsabilidades. Afirmar que somos víctimas del accionar de enemigos solapados cuyo objetivo es destruirnos para satisfacer sus intereses es una actitud infantil que no resiste un análisis profundo. Las villas de emergencia, la baja rentabilidad productiva, los bajos salarios, los monopolios apañados por el gobierno, los privilegios sindicales, los planes sociales, la inflación, la agobiante presión impositiva, el bajo nivel educativo, el deficiente sistema de salud, la inseguridad, la corrupción gubernamental, la resistencia a cambiar el modelo de Estado vigente y todas las carencias que tienen los argentinos son resultado de sus conductas y de las ideas erróneas que dogmáticamente sostienen desde hace más de 70 años.

Atribuir nuestra decadencia a los otros tergiversa  la realidad con el propósito de ocultar  la responsabilidad  que han tenido los dirigentes y la sociedad en la construcción de la decadencia nacional.

Los argentinos no podrán salir del pozo en que se encuentran sumergidos y encarar un camino hacia el progreso si se sigue si continúan insistiendo que son víctimas de intereses malignos que los explotan y manipulan.
Si queremos salir de la decadencia económica, social y cultural hay que dejar de buscar culpables en los otros. Hay que reflexionar profundamente sobre nuestras conductas y creencias  que nos han conducido a la decadencia. No podemos seguir mirando para el costado buscando culpables de lo que hemos sido responsables. Todo intento de  seleccionar un camino que nos conduzca al progreso y bienestar debe pasar por un autoexamen que permita reconocer los desaciertos en las los ideas y políticas  económicas que se  han implementado a lo largo de décadas.
Atribuir la pobreza endémica, la inflación, la corrupción, el endeudamiento externo, el incremento del empleo informal, la baja rentabilidad empresarial, el bajo rendimiento educativo y la desnutrición infantil a los otros es una canallada intelectual y moral.
Para construir un país próspero los argentinos –gobernantes y electores– tienen que reconocer que han sido corresponsables de la decadencia prevaleciente. Es cierto que los niveles de responsabilidad suelen ser diferentes según la posición y el poder que cada persona o grupo detente dentro de la sociedad. Sin embargo, este reconocimiento no debe ocultar que gran parte de la sociedad –a partir de sus idearios y conductas– ha sido la  principal responsable impedir el progreso nacional.
La sociedad argentina, a partir de un ideario erróneo y apoyo a políticas públicas desacertadas, es la que empujo el país al abismo. No fue culpa de los otros ni de los malos. Hemos sido los argentinos –con sus más y con sus menos– los responsables de la crisis histórica que padecemos. Hay que aceptarlo aunque lastime escucharlo y aceptarlo. Hay que reconocer que nuestra decadencia es culpa de una errónea matriz ideológica en materia económica que impulsa a llevar políticas públicas que impiden el progreso, el bienestar social, la igualdad y la productividad.
Desde hace décadas los argentinos gastan energías y se manifiestan en las calles acusando a otros de ser los responsables de sus carencias y sufrimientos. Gritan, votan y afirman que si terminan con los victimarios –a quienes atribuyen sus padecimientos– los problemas desaparecerán de manera inmediata.  Tener ese pensamiento mágico les impide reconocer sus impericias, dogmas e idearios inconducentes para el progreso. Creer que los otros son los culpables de nuestra decadencia les impide revisar las erróneas políticas y creencias que han impulsado durante una centuria y que muchos siguen pregonando como una solución. Solo cuando los argentinos acepten sus errores y dejen de culpar a otros de sus padecimientos podrán iniciar el cambio económico que les permita lograr el bienestar largamente anhelado por varias generaciones.

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