Para qué esforzarse en un trabajo de bajos salarios si se pueden obtener iguales o mejores ingresos a partir de los planes sociales, asignaciones o subsidios brindados por el Estado sin ninguna contraprestación.
Muchos autores sostienen que la llamada cultura del trabajo se desarrolló y consolidó en Occidente a partir de la referencia bíblica que pregona que las personas deben ganar el pan con el sudor de su frente. A partir de este precepto, la cultura del trabajo es entendida como la valorización social al esfuerzo humano destinado a satisfacer las necesidades materiales, superar las carencias y a generar riqueza. Este principio –con el paso del tiempo– se complementó con otros postulados que pusieron en valor la austeridad y el ahorro como requisitos para progresar. De esta manera, la cultura del trabajo no solo promueve la necesidad de esforzarse y trabajar para ganarse un sustento para vivir sino que también implica la constricción en el gasto presente para asegurarse recursos para momentos de escasez o cuando por razones de la vejez disminuyan las fuerzas físicas para trabajar.
Durante muchos siglos la cultura del trabajo fue el ideario que guio a la gente en la construcción de un orden social en donde trabajar y esforzarse era considerado el medio apropiado para lograr un futuro de superación y progreso. A partir de este ideario, las personas fueron valoradas en función del esfuerzo físico e intelectual puesto al servicio de la producción y la generación de ingresos.
La cultura del trabajo se caracteriza por enaltecer a las personas que trabajan física y mentalmente para construir un futuro mejor para sí y para su comunidad. Como contrapartida, la cultura del trabajo descalifica a aquellos que viven del trabajo ajeno, no hacen nada para ganarse un sustento, quieren vivir de dádivas o pretenden explotar a otros para quedarse con parte de la riqueza que generan con su trabajo. Para la cultura del trabajo tener una actividad laboral dignifica mientras que la vagancia o vivir del esfuerzo ajeno lleva a conductas que no benefician a la convivencia social.
La cultura del trabajo, como un ideario a seguir por la sociedad, es apreciada no solo por ser un formato de ordenamiento social y económico que genera muchos beneficios sino porque promueve valores y conductas que ayudan a tener una vida más plena y saludable. Estudios científicos han corroborado que las personas que trabajan de manera regular y son justamente recompensados por ese esfuerzo alcanzan mayores niveles de felicidad en la vida. En cambio esos mismos estudios han comprobado que no desarrollar una actividad laboral perjudica física, anímica y psicológicamente a las personas generando vicios, hábitos o conductas negativas para ellos y la sociedad. No desarrollar ninguna clase de actividad laboral les quita la confianza en sí mismas, las hace temerosas de emprender desafíos, las sumerge en una pasividad negativa y las obliga a perder su independencia al tener que depender de otros para vivir.
Los valores promovidos por la cultura del trabajo duran toda la vida aun en la etapa de la vejez en que suelen disminuir gradualmente la exigencia de trabajar para lograr un sustento para vivir. Por esa razón, muchos adultos mayores que han ahorrado o tienen una jubilación que les permite satisfacer sus necesidades materiales siguen trabajando porque saben que realizar un trabajo les hace bien a la salud y el ánimo. Por ese motivo, algunos extienden su tiempo laboral porque el trabajo los mantiene física y mentalmente jóvenes, activos y con ganas de vivir. Jubilarse y no hacer nada los aburre, los deprime y les quita todo tipo de ilusiones.
La valoración positiva hacia la cultura del trabajo es apuntalada y promovida por políticas de Estado en muchos países porque las nuevas generaciones no suelen tener una mirada positiva hacia el trabajo y el esfuerzo.
Cada vez es mayor la cantidad de personas que no comparten el ideario que sostiene que el trabajo genera una personalidad con valores que ayudan al progreso y una mejor calidad de vida. Por el contrario, actualmente crece la resistencia a priorizar el trabajo como objetivo de vida ya que se considera que genera limitaciones para ser feliz y demanda un esfuerzo que no se está dispuesto a realizar.
La gente joven y muchos adultos actualmente priorizan la necesidad trabajar lo menos posible para pasarla bien y ser felices. Desde esta perspectiva quieren empleos de pocas horas, hacer actividades laborales desde la casa, no padecer jefes que fijen obligaciones, tener más tiempo libre, viajar por el mundo y no dedicarse a ahorrar porque lo importante es disfrutar el aquí y ahora.
Todos esos deseos están presentes en la mente y corazón de gran parte de la gente porque gran parte de esos se han hecho realidad gracias a la tecnología, el aumento de la producción de riqueza y el incremento de los mayores salarios. A diferencia de lo que sucedía en el pasado –que era necesario trabajar de sol a sol para ganarse el pan– en la actualidad mucha gente puede darse el gusto vivir bien trabajado muy pocas horas. Por otro lado, cada vez son más los jóvenes que la pasan bien sin trabajar gracias a que los padres lograron cierta riqueza trabajando y ahorrando con lo cual los hijos no tienen necesidad de ganarse un sustento.
Entre los argentinos la tendencia de trabajar lo menos posible y descalificar a los valores sustentados por la cultura del trabajo se extiende a gran parte de la población más allá de la edad o el género. Esta tendencia social se ha acrecentado porque en la decadente economía nacional trabajar y romperse el lomo es inconducente para progresar, ganar un ingreso digno y mejorar la calidad de vida. La gente que tiene un empleo o emprende una actividad por cuenta propia comprueba que sus ingresos no crecen ni mejoran aunque se esfuerce y trabajen muchas horas. La inflación crónica, los impuestos asfixiantes, la baja productividad, la infinidad de reglamentaciones que ponen cientos de obstáculos a los emprendedores y la existencia de millones de personas que viven de los recursos públicos son un incentivo para no buscar un empleo, no trabajar ni esforzarse.
Los argentinos han comprobado que esforzarse laboralmente no sirve para progresar económicamente y tener una mejor calidad de vida. Asimismo saben que el trabajo no es reconocido socialmente como un mérito o un valor a tener en cuenta sino que por el contrario consideran –como dice el tango Cambalache– el que trabaja es un gil.
Los nacionales han aprendido que en nuestro país el precepto bíblico que sostiene que el pan se obtiene con el sudor de la frente o trabajando es falso o por lo menos discutible. Saben que en Argentina se puede obtener no solo el pan necesario para vivir sino también recibir grandes beneficios sin tener que trabajar ni esforzarse. Esto es posible gracias a los subsidios y prebendas económicas que brinda el Estado sin contraprestaciones para los beneficiarios.
Para ser acreedor a múltiples beneficios estatales solo es cuestión de mostrar que se padecen necesidades para luego demandar, exigir o victimizarse para ser incluido en la lista de los favorecidos por los planes sociales, asignaciones, pensiones o prebendas públicas. Los argentinos han aprendido que trabajar no es el único camino para tener un ingreso. Saben que pueden obtener una entrada regular si apelan al Estado y le demandan que les entregue recursos económicos, alimentos, becas o subsidios sin fecha de vencimiento. Han asimilado en función de su experiencia que –como también dice el tango Cambalache– el que no llora no mama.
Aunque no haya sido el objetivo buscado por los gobernantes no hay duda de que las políticas públicas de otorgar beneficios económicos sin ninguna contraprestación productiva ha contribuido a la desvalorización y abandono de la cultura del trabajo para ser sustituida por la cultura del subsidio.
Los beneficios, prebendas y subsidios otorgados masivamente por el Estado han influido para que millones de argentinos hayan decidido no buscar trabajo o dejar sus empleos para obtener un ingreso otorgado por la administración estatal. Antes que trabajar, millones de argentinos prefieren participar de una marcha piquetera, hacer colas en los Ministerios o sonreírle al puntero político a cambio de recibir gratuitamente dádivas, asignaciones, pensiones o algún tipo de beneficio material. Recibir esos subsidios de asistencia sin contraprestación les permite evitar un trabajo exigente. Esta conducta social puede ser cuestionada éticamente, pero desde otra perspectiva es una conducta que sigue al pie de la letra la ley económica que sostiene que la gente siempre opta por el camino que le ofrece el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo. Entonces, para qué esforzarse laboralmente recibiendo bajos salarios si se pueden obtener iguales o mejores ingresos a partir del otorgamiento de planes o subsidios brindados gratuitamente por el Estado.
Para los primeros inmigrantes que llegaron a Argentina en el siglo pasado era impensable vivir de arriba, es decir obtener un ingreso sin trabajar o acceder a un beneficio sin algún tipo de contraprestación. Por esa razón los empobrecidos inmigrantes que llegaban al Puerto de Buenos Aires tenían como objetivo trabajar para hacerse de un ingreso con el cual vivir, ahorrar y prosperar. Sabían que debían ganarse el pan con el sudor de su frente. No se les pasaba por la cabeza bajar del barco y correr hacia un Ministerio Publico para reclamar un subsidio económico. Los italianos, españoles, judíos, armenios y árabes que bajaban de los barcos se ponían a trabajar inmediatamente porque entendían que era la única manera en que podían vivir, enviar a sus hijos a una escuela y progresar. Por esa misma razón cuando conseguían un trabajo estaban agradecidos porque podían iniciar un camino de progreso y bienestar. Hoy la situación es totalmente distinta. Lo primero que hacen los nuevos y pocos inmigrantes que eligen este país para radicarse es juntarse con otros argentinos para reclamar al Estado beneficios económicos gratuitos. Saben que sus demandas y reclamos finalmente serán apoyadas por las agrupaciones políticas con lo cual lograrán en poco tiempo obtener un ingreso estatal sin trabajar.
No se puede desconocer que la paulatina erradicación de la cultura del trabajo y la instalación progresiva de la cultura del subsidio estatal ha generado serios daños a la economía nacional y a los valores culturales que por varias décadas hicieron grande en este país. La actual desvalorización del trabajo como herramienta para progresar y la tendencia social a no trabajar amparados por la cultura del subsidio ha generado muchas consecuencias negativas en lo económico, lo social y cultural. Por un lado, los empresarios expresan que es cada vez es más difícil encontrar gente que quiera trabajar y atenerse a obligaciones. Por su parte, los empleados se quejan de sus empleadores porque consideran que se les exigen mucho a cambio de un sueldo que les alcanza para nada. El resultado de esta ecuación es que constantemente cierran las empresas, se paralizo la inversión y crece la emigración de argentinos que buscan en otros países un mayor bienestar. Los argentinos que no pueden emigrar hacen todo lo posible para sumarse a la cultura del beneficio que les reporta un ingreso sin contraprestación y le da tiempo libre para conseguir una changa complementaria o para pasarla bien sin hacer nada.
El soterramiento de la cultura del trabajo además de afectar al sistema productivo –ya que el trabajo es uno de los factores más importantes en la creación de riqueza– ha generado muchas consecuencias que incrementan la decadencia social y económica. Entre esos efectos –sin ser los únicos– se puede señalar el aumento exponencial del consumo de drogas, el aumento de la delincuencia callejera, el rechazo per se a las obligaciones, la ausencia de capacitación profesional, la deserción escolar, el aumento de la vagancia, la presencia masiva de personas en los cafés en horarios en que deberían estar produciendo y la convicción en el seno de la sociedad que toda necesidad es un derecho que debe ser satisfecho gratuitamente por el Estado.
Aunque muchos no quieran reconocerlo las políticas públicas que instalaron la cultura del subsidio y destruyeron la cultura del trabajo no pueden seguir sosteniéndose si se pretende que Argentina salga de sus histórica decadencia. Es necesario revertir esas políticas públicas distributivas que no solo fueron eficientes para eliminar las carencias crecientes de la gente sino que impulsaron un tremendo déficit estatal, la inflación constante, el enriquecimiento de funcionarios, el incremento abusivo de impuestos y la destrucción de la cultura del trabajo.
Es necesario que los argentinos recobren algunos valores esenciales que hacen a la cultura del trabajo. Es necesario que comprendan que el trabajo no sólo es necesario para lograr el crecimiento productivo y el aumento de la riqueza para sino que también es relevante para forjar una conciencia social en donde se valorice el mérito, el ahorro y el esfuerzo.
Lógicamente que el apuntalamiento de la cultura del trabajo no será viable si se mantiene el decadente sistema económico donde el esfuerzo laboral no rinde, los ingresos son escasos, la inflación devora los ahorros, los impuestos se llevan el 50% de los salarios y el Estado hunde a la actividad privada cancelando la libertad económica. Mucho menos será posible salir de nuestra decadencia si se enaltece y se apoyan las políticas públicas que promueven la cultura del subsidio. No se ayuda a los que menos tienen y a los sectores vulnerables distribuyendo subsidios, planes, prebendas y asignaciones sin contraprestación. La única forma de ayudar que los argentinos logren el bienestar que merecen es estableciendo un sistema económico que les permita a la población vivir de su trabajo, tener un salario que les alcance para satisfacer sus necesidades y puedan emprender libremente sus sueños económicos. Para ese fin hay que volver a valorizar la cultura del trabajo y establecer un ordenamiento económico eficiente, productivo y justo.
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