La actitud soberbia, arrogante, pedante y autoritaria de considerar que la única verdad es lo que uno piensa o expresa forma parte de la idiosincrasia nacional argentina.
En nuestro país prevalece el principio rector que la única verdad es la que cada uno sostiene, cree y adhiere. Esta actitud ha sido determinante para que los argentinos ignoren, rechacen, critiquen o descalifiquen a los que piensan y defienden verdades diferentes. Los que tienen otras creencias, ideas o postulados se considera que están equivocados, mienten o defienden intereses que los benefician.
Si en algún momento –por razones de fuerza o presiones sociales– un dirigente debe aceptar como valida alguna propuesta que es distinta o contraria a la suya seguramente lo hace solo por apariencias. Es una estrategia coyuntural para ganar tiempo y juntar fuerzas para imponer sus ideas en el futuro. No forma parte de la conducta habitual de los argentinos cambiar sus creencias e ideario, haciendo honor a la expresión “genio y figura hasta la sepultura”. Los argentinos se aferran a sus creencias no solo por considerar que son las únicas verdaderas sino porque saben que si cambian sus ideas y postulados ideológicos la sociedad los calificara de traidores, oportunistas o panqueques.
Sentirse portador exclusivo de la verdad es muy negativo. Ese proceder impide realizar acuerdos y negociaciones con aquellos que sostienen otras verdades. Bloquea la posibilidad de construir soluciones o alternativas a partir de la confluencia de puntos de vista diferentes. En definitiva es el motivo por el cual los integrantes de la sociedad terminan enfrentados y divididos de acuerdo a las verdades que cada sector considera que es la única cierta y veraz.
Creer que se es portador de la verdad absoluta es un acto de soberbia que lleva a la pedantería y a tener actitudes autoritarias hacia los demás.
Para gran parte de los argentinos solo existe una verdad y es la que cada uno adhiere y defiende. Estar convencidos que son portadores de la verdad absoluta explica porque a la hora de exponer una idea o defender un proyecto tengan una actitud arrogante, pedante y autoritaria. No aceptan que puedan existir otras verdades aunque se llenen la boca diciendo que “la verdad absoluta es la suma de las verdades relativas”. Esta actitud soberbia ha sido una de las causas principales por las que nuestra historia está plagada de conflictos armados, enfrentamientos políticos, dictaduras, grietas sociales, luchas sindicales y la existencia de dirigentes empeñados en que toda la sociedad acepte su verdad como la única opción verdadera. Este sesgo de nuestra personalidad social ha bañado de sangre nuestra tierra, desterrado a compatriotas, declarado como enemigos a los que piensan diferente y nos ha convertido en intolerantes con aquellos que sostienen otro ideario.
Aunque los dirigentes e integrantes de la sociedad expresen a diario que todas las opiniones debe ser escuchadas y atendidas en los hechos ponen de manifiesto que son muy pocos los que están dispuestos a aceptar la verdad de los otros y muchos menos a cambiar la propia. Cada dirigente, organización social, espacio político o gremial siempre intenta imponer su verdad sobre los demás por considerar que es la única valida. Por esa misma razón las ideas diferentes que otros sostienen son siempre calificadas como falsas, erróneas o sin sustento.
Cabe señalar que este comportamiento destinado a imponer la verdad que cada uno sostiene no suele manifestarse entre los argentinos que emigran a otros países. Lo que es una conducta habitual dentro de las fronteras nacionales no lo es cuando se radican en otras latitudes. En esos casos los argentinos suelen aceptar y compartir muchas creencias –que a pesar de ser diferentes a las que sostenían en su país– valoran que son mejores. Al emigrar aprenden a aceptar y vivir en armonía con otras verdades distintas a las que sostenían con intransigencia en Argentina. Esta situación demuestra que los argentinos cuando se lo proponen pueden llegar a ser flexibles y a aceptar otras ideas.
Es muy importante que cada argentino aprenda a convivir con otras ideas diferentes o contrarias a las suyas. Sentir que su ideario y propuestas son las únicas verdaderas es un serio obstáculo a la hora de acordar estrategias, objetivos compartidos y emprender negociaciones para lograr entendimientos que permitan aunar esfuerzos para obtener mayores beneficios. Creer que no hay otra verdad que la propia lleva al dogmatismo, al fanatismo, la intolerancia, la descalificación y al autoritarismo. Sentirse portador de la verdad absoluta destruye todo intento de consenso e impide la construcción de una convivencia pacífica y positiva.
Valorar que la única verdad es la propia hace mucho daño a la democracia, a la convivencia social y a la construcción de proyectos en común.
Aunque muchos se resistan, los argentinos deben aceptar que en las ciencias sociales y, particularmente, en la economía no existen verdades absolutas ni mucho menos soluciones únicas para todos los problemas que impiden salir de nuestra decadencia. En la ciencia económica gran parte de sus postulados son relativos en la medida que no pueden ser exactos ni certeros dado que las personas cambian al igual que la realidad. Por tal motivo, al intentar superar adversidades o alcanzar nuevos objetivos es necesario tener en cuenta todas las propuestas y verdades a fin de construir la mejor herramienta para alcanzar un objetivo superador.
Los argentinos deben comprender que hay compatriotas que pueden tener otras verdades y que sus propuestas pueden ser más efectivas para lograr el bienestar personal y social. También deben aceptar que las verdades que sostienen –racional y emocionalmente– pueden ser falsas, erróneas o inviables para alcanzar los objetivos que desean. Por lo tanto, es fundamental abandonar la vivencia egocéntrica de considerar que la única verdad es la propia y comprender que es necesario ser flexible –mental y emocionalmente– para escuchar otras verdades que pueden ser mejores o complementarias a la propia. Es esencial que estén predispuestos a dejar de lado sus creencias y verdades cuando no sirven o son ineficaces. Tener esa actitud abierta les permitirá construir y consensuar objetivos que permitan superar nuestra histórica decadencia y evitar confrontación que permanente que separa la sociedad en amigos y enemigos.
Las sociedades que progresan son las que realmente aceptan que no hay una verdad absoluta ni una solución única y excluyente para resolver los problemas económicos, sociales y políticos. Dichas sociedades no son intolerantes con las opiniones e ideas de los otros. Tampoco se tapan los oídos cuando alguien sostiene posturas diferentes. Son sociedades que crecen y progresan porque permiten y estimulan que todas las voces se expresen. Son sociedades que promueven que todas las verdades e ideas sean escuchadas para seleccionar aquellas que generan mayores beneficios a la gente.
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