El libre albedrío determina que la gente cambie sus decisiones y modifique sus conductas sin atenerse a ningún patrón con lo cual es muy difícil predecir el futuro económico y acertar en los planes empresariales.
Toda actividad económica, desde la más simple a la más compleja, trae consigo el riesgo que los resultados no se cumplan como fueron proyectados. Los impredecibles comportamientos de las personas, los errores de cálculo al gestionar, la equivocada interpretación de la realidad, la movilidad del mercado o los imprevistos sociales forman parte de las dificultades que suelen impedir que un emprendimiento logre los objetivos proyectados.
Si bien es cierto que la ciencia económica, las ciencias auxiliares y la Inteligencia Artificial ayudan a proyectar con cierta certeza no pueden evitar que los planes no se cumplan de la forma deseada.
La dificultad que los pronósticos y planes económicos no se cumplan como estaba proyectado se debe a múltiples razones entre las que cabe destacar la incidencia de factores naturales –tsunamis, cambio climático e inundaciones– y los errores en la gestión. Sin embargo, la razón más importante que impide alcanzar los objetivos económicos planificados, sin lugar a dudas, es la impredecible conducta humana.
En las sociedades abiertas el comportamiento cambiante de las personas es la principal causa de que exista un gran riesgo a que los proyectos no se puedan concretar como fue planificado. El libre albedrío, la auto determinación de la gente, la libertad económica y la ausencia de directivas establecidas autoritariamente por el Estado, son factores que muchas veces impiden proyectar con certeza cual será el comportamiento del mercado, las reacciones de la oferta y la respuesta de la demanda. Ese libre albedrío determina que la gente cambie sus decisiones y modifique sus conductas sin atenerse a ningún patrón o sin guiarse por los comportamientos seguidos en el pasado.
En las ciencias naturales, como la biología, la física o la química, los hechos y movimientos de sus componentes generalmente tienen un comportamiento regular y similar que se repite a través del tiempo si no existen alteraciones externas. Esta regularidad de la naturaleza o la física ha permitido elaborar “leyes” (descripciones certeras de la realidad) que permiten pronosticar comportamientos, procesos o acciones que se darán en el futuro. Este es el caso de la ley de la gravedad, la rotación de la tierra o la germinación de una semilla.
La reiteración constante y regular de los procesos naturales, físicos o químicos permite pronosticar –en base a los sucesos ocurridos en el pasado– como se repetirán en el futuro bajo similares condiciones. En otras palabras, esas leyes naturales permiten predecir con certeza que habrá de ocurrir en el futuro. Esta capacidad y certeza predictiva de las leyes naturales ofrece la posibilidad de planificar con certeza –sin margen de error– tanto los viajes espaciales como el proceso de combustión de un motor. La repetición regular de las leyes de la naturaleza, la física o la química ha permitido un gran avance a la humanidad tanto en los campos de la genética, la medicina, la arquitectura o la tecnología. Hecho que no sucede en las ciencias sociales y humanas.
En las disciplinas sociales, y en especial en la economía, no es tan fácil predecir con la misma exactitud y certeza como lo hacen las ciencias de la naturaleza. Aquí es mucho más difícil predecir y tener la certeza que los sucesos del pasado se repetirán de manera semejante en el futuro. Dada la condición humana de libre albedrío y de constante cambio es casi imposible encontrar leyes exactas y certeras similares a las existentes en la naturaleza. En las relaciones sociales y conductas humanas no existe ninguna certeza ni regularidad de que los hechos ocurridos en el pasado se reproduzcan en el futuro de manera semejante. La razón es que las conductas humanas lejos de ser predecibles son impredecibles porque cambian de manera permanente.
Los comportamientos de los seres humanos están en constante cambio y no suelen repetirse de manera similar, sea en el plano individual o social.
El libre albedrío y la personalidad única de cada persona –en cuanto a su psiquis, creencias, sentimientos, pasiones e ideología– hace que sea muy difícil encontrar semejanzas en sus decisiones, gustos o hábitos. Mucho más difícil es lograr que sigan una rutina inalterable y se comporten de manera semejante a lo largo del tiempo porque forma parte de la naturaleza humana cambiar continuamente. Esta condición de los seres humanos imposibilita la existencia de “leyes certeras” como las prevalecientes en la naturaleza. En las ciencias sociales –incluida la economía– no existen leyes certeras que describan un suceso que se habrá de repetir de manera semejante en el futuro si se dan las mismas condiciones. Lo máximo a lo que pueden aspirar la economía, la sociología o la psicología es describir ciertas tendencias sociales, es decir,pueden enunciar que dada ciertas circunstancias existe la posibilidad que determinadas conductas del pasado se repitan en el futuro.
En determinada época de nuestra historia (a partir del siglo XVIII) algunos economistas creyeron descubrir regularidades sociales y económicas semejantes a las existentes en el mundo natural. De esta forma las distintas Escuelas –desde la clásica hasta la marxista– se encargaron de describir y enunciar sus leyes económicas con la expectativa –errónea– que esa regularidad no solo les permitía predecir los comportamientos sociales sino planificar acciones para lograr determinados resultados.
No desconocemos ni negamos que la descripción de las llamadas leyes económicas han sido útiles para realizar diagnósticos de la realidad social y comprender ciertos comportamientos sociales. Sin embargo, su falta de certeza en cuanto a sus enunciados económicos ha sido la principal razón por la cual en la Historia no se han cumplido cientos de pronósticos que anunciaban que iba acontecer en el futuro.
Han caído Imperios sobre los que se auguraba una vigencia de mil años y han surgido países económicamente poderosos sobre los que se diagnosticaba su incapacidad de crecer.
Son muy pocos los pronósticos –incluidas las predicciones de Rasputín, las bíblicas o las realizadas por los gurús de Wall Street– que se han cumplido tal como se aseguraba. Esa falta de certeza de las predicciones económicas ha generado muchas frustraciones y daños porque los planes, tanto privados como públicos, no logran los resultados proyectados ya que las conductas humanas suelen ser impredecibles y responden a los planes de manera no prevista.
A pesar de los avances logrados por la ciencia económica –que han sido muchos– en la actualidad como en el pasado es muy difícil predecir como será el futuro económico y si los planes implementados podrán lograr los objetivos proyectados. Esta realidad no siempre es comprendida por los emprendedores privados, los funcionarios públicos o los medios de comunicación que actúan como si la economía fuera una ciencia exacta que permite llevar adelante planes certeros que arrojarán los resultados previstos. A diario se observa como economistas, empresarios y políticos realizan pronósticos y aseguran que sus planes, leyes y políticas públicas producirán resultados exitosos, sin que eso suceda con frecuencia por las razones expuestas.
Es evidente que la ciencia económica tiene muchas dificultades para predecir el futuro y garantizar que los planes se cumplan tal como fueron diseñados. Por lo tanto, los empresarios y funcionarios públicos no pueden asegurar que sus proyectos económicos lograrán los objetivos buscados ni que el mercado responderá de la manera proyectada. No lo pueden asegurar porque no hay certeza sobre cómo se comportarán las personas y como responderán a los planes. Ni el derecho positivo, con el poder que tiene sobre los comportamientos sociales, puede garantizar que determinadas políticas económicas se cumplan como fueron planificadas, y a los hechos de nuestra historia me remito.
La particular forma de comportarse de los humanos –con su libre iniciativa e imprevisibilidad de las respuestas– hace muy difícil incidir en los planes privados y que las políticas públicas se cumplan como fueron diseñadas. Al estar el mercado en constante cambio es muy difícil prever todos los riesgos, los cambios en las conductas individuales, el comportamiento de la competencia, el rechazo social o los imprevistos generados por el libre albedrío de la gente.
Aunque los empresarios –munidos de teorías económicas, asesores especializados y análisis del mercado– se convenzan de que pueden pronosticar cuáles serán los comportamientos de los consumidores o productores, nunca tendrán la certeza que sus planes se cumplirán como fueron diseñados. Lo mismo sucede con los gobiernos, que con sus equipos económicos, asesores internacionales, instituciones académicas y renombrados economistas, consideran que pueden planificar y direccionar la economía hacia donde ellos desean. Ni siquiera los gobiernos autoritarios logran que sus planes se cumplan ni logran predecir el futuro económico que habrán de construir.
Aunque obliguen a raja tabla que la gente cumpla con las directivas de los gobiernos no se puede evitar que sus planes no se cumplan porque no pueden controlar todos los comportamientos sociales.
En la economía los planes que aseguran resultados o las predicciones sobre cuál será el comportamiento de la gente a partir de determinadas medidas suelen fallar de manera frecuente. De allí que el economista estadounidense Harbard Galbraith, cuando se le pregunto qué opinaba sobre los pronósticos económicos, afirmó: “Existen dos clases de personas que pronostican el futuro económico de un país: los que no saben nada y los que no saben que no saben nada”.
Ante la cambiante realidad económica dada por el cambiante comportamiento humano tanto los emprendedores como los gobernantes deben ser más cautelosos en cuanto a su capacidad de controlar los factores de la economía, predecir los comportamientos sociales y concretar sus planes. En lugar de creer que pueden llegar al destino económico que se propongan deben ser cautos y flexibles en su gestión para responder con premura e idoneidad a los cambios constantes de la realidad económica.
Deben tener siempre presente que en la economía no hay certezas porque todo fluye y puede cambiar. No existe una bola de cristal que permita saber qué sucederá en el futuro o prever los resultados de los planes económicos. En economía esa certeza solo se logra con el “diario del lunes”.
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