La mentira se ha convertido en una herramienta habitual que muchos argentinos utilizan para realizar un negocio, obtener un crédito, conseguir un empleo, evitar el pago de un impuesto, gobernar o hundir la reputación de alguien.
Mentir, engañar, falsear los hechos o tener un doble discurso para eludir responsabilidades, evitar obligaciones, manipular a los interlocutores o conseguir un beneficio es una conducta negativa que se ha extendido por todos los ámbitos.
La utilización de la mentira como moneda corriente ha sido determinante para que pocos crean lo que dicen los gobernantes, el comerciante, el empleado, el empresario, el sindicalista o el experto en economía. Ante la reiteración del engaño los argentinos presumen que todos mienten, ocultan la verdad o los engañan para obtener una ventaja que de otra forma no lograrían.
Lo más relevante de la instalación de la mentira como parte habitual de los comportamientos sociales, actividades comerciales o discursos públicos es que la gente no solo se ha acostumbrado a ese hábito negativo sino que tampoco le genera un gran escozor o disgusto su constante utilización por parte de sus pares, dirigentes, empresarios o religiosos.
El uso frecuente de la mentira en todos los ámbitos ha dado como resultado que la gente se haya acostumbrado a su utilización y por lo tanto no exista una fuerte reprobación social o reproche hacia los que mienten como sucede en otros países. Puede ocurrir que se genere un cierto malestar y bronca cuando se descubre una mentira e incluso algunos se quejen por haber sido engañados, pero ese malestar no se traduce en una férrea desaprobación ni en una contundente crítica hacia los mentirosos, que por otra parte no suelen sentir remordimiento o culpa por engañar a los demás. De esta forma, la mentira ha logrado cierta impunidad social más allá de que se la cuestione o denuncie formalmente.
A pesar de los efectos negativos que tiene sobre la credibilidad y la convivencia social no se puede desconocer que la mentira o el engaño se ha convertido en una herramienta habitual que muchos nacionales emplean para realizar un negocio, obtener un beneficio económico, mejorar la posición dentro de la empresa, solicitar un crédito, gobernar, justificar la corrupción o hundir la reputación de alguien para sacar alguna ventaja. Esto se debe a que muchos argentinos han comprobado que la mentira ayuda a entablar relaciones importantes, manipular a clientes, no ser cuestionados por errores, ser reconocidos socialmente, evitar la fiscalización de ARCA, celebrar negocios, conseguir votos en las elecciones, tener muchos seguidores en las redes y lograr una licencia por enfermedad.
Los argentinos saben que las mentiras o engaños pasan rápidamente al olvido sin las consecuencias negativas que existen en otras sociedades en que la verdad es un pilar esencial para la convivencia y el ordenamiento social.
El no tener la mentira una grave sanción moral ni social es una de las razones para que la gran mayoría de las personas –sin distinción de edad ni género– la utilicen para argumentar sus ideas, manifestar sus necesidades, demandar beneficios, realizar actividades comerciales, defenderse ante la Justicia, ocultar sus equivocaciones, gestionar una empresa o hablar de su patrimonio. Aunque las madres hayan amenazado a sus hijos con lavarles la boca con jabón si dicen una mentira, en los hechos muchos argentinos han asumido que mentir no genera inconvenientes para la convivencia ni da lugar a reproches relevantes, mientras que permite ocultar felonías o ascender posiciones.
Al estar devaluada la verdad como un valor social y no tener la mentira una sanción relevante, gran parte de la sociedad la ha incorporado a sus conductas habituales para lograr objetivos que no podrían alcanzar si fueran trasparentes, honestos y veraces. Lo hacen porque han comprobado que la verdad no paga ni suele ser considerada un mérito. Han comprobado que la viveza criolla de engañar, manipular, mentir y ocultar la verdad suele ser una herramienta muy eficaz para lograr muchos objetivos. Es más, muchos nacionales aplauden esas conductas deshonestas cuando es utilizada con picardía para lograr objetivos que consideran positivos como sucedió en el histórico caso de la mano de Dios de Maradona.
La mentira al ser descubierta no sólo no genera un rechazo social sino que tampoco es un estigma que margina socialmente al mentiroso. Los que mienten y son descubiertos han aprendido que con el paso del tiempo la gente se olvida de su pecado con lo cual vuelven a sus andanzas como si nada hubiera sucedido. Regresan a sus negocios para volver a engañar a los clientes o regresan a su actividad política para conseguir votos volviendo a engañar a la gente con promesas que nunca cumplirán. Regresan sin culpa ni remordimiento sosteniendo que las acusaciones recibidas fueron falsas porque siempre dijeron la verdad. No importa que exista un archivo de video, balances falseados o negocios poco claros, los mentirosos siempre encuentran argumentos para sostener que fueron honestos y que se tergiversan los hechos para dañarlos. Lo hacen porque la gente se olvida de sus mentiras o quizá porque en nuestro país todos mienten.
Es evidente que con la mentira, el doble discurso, la falsedad y la manipulación engañosa no es posible construir un sistema social sustentado en la verdad. La construcción de una sociedad creíble, ordenada transparente y confiable sólo es posible si la verdad es valorada y prevalece en todas las relaciones sociales. En cambio, si prevalece la mentira por sobre la verdad desaparece la certeza, la confianza, la credibilidad y la seguridad con lo cual se potencian los abusos, las injusticias, los conflictos y se destruye la convivencia social.
Mientras la impunidad de la mentira prevalezca y no exista una dura sanción social, política y judicial contra los que mienten en su vida privada o pública será muy difícil que nuestra sociedad vuelva a creer en los otros. Como se ha dicho muchas veces solo la verdad hace libres a los pueblos y permite aunar voluntades para mover los obstáculos más difíciles.
Lograr que prevalezca la verdad sobre la mentira debe ser el objetivo central de los argentinos. Asegurar que la verdad sea colocada junto a los principales valores sociales no debe ser una postura políticamente correcta para quedar bien con la gente. La verdad debe ser una premisa al cual todos los argentinos deben adherir y respetar a conciencia para comenzar a ser una sociedad en que podamos confiar en los otros.
Según una leyenda judía, en la ciudad de Tarnopol vivía un hombre llamado Reb Feivel. Cierto día mientras estaba sentado en su casa profundamente compenetrado en la lectura del Talmud oyó un bullicio en la calle. Cuando se asomó a la ventana vio a un grupo de niños gritando por lo que imaginó que seguramente estaban por hacer alguna travesura en la puerta de su casa. Con el propósito de alejarlos y evitar que sus travesuras lo perturbaran les gritó en voz alta “Niños vayan corriendo a la sinagoga que van a ver un Monstruo. Es una criatura de cinco patas, tres ojos y barba como la de un chivo pero de color verde”.
Al escuchar esa historia, los niños salieron corriendo a la sinagoga con lo cual Feivel se encontró nuevamente en paz y en silencio para proseguir con su lectura del Talmut. Al sentarse a leer sonrió para sus adentros al sentir que su artimaña había alejado a los bulliciosos chicos de la puerta de su casa.
Al poco tiempo su lectura nuevamente fue interrumpida por el ruido de los pasos de gente corriendo. Al salir nuevamente a la ventana Feivel vio a un grupo de judíos que pasaban frente a su casa, a quienes les preguntó: “Hacia donde van tan apurados”.
Al unísono el grupo de caminantes le contestó: “Hacia la sinagoga. ¿No se enteró? Allí hay un monstruo de cinco patas, tres ojos y una barba como de un chivo pero de color verde”.
Feivel se rió con ganas al pensar como la broma que le había realizado a los niños se había expandido entre alguna gente. Cerró la ventana y regresó a la lectura, pero apenas volvió a concentrarse escuchó un bullicio muy fuerte en la calle. Al asomarse por la ventana pudo ver a una multitud de hombres, mujeres y niños que corrían apresurados en dirección hacia la sinagoga.
“Qué sucede” les gritó Feivel al tumulto de gente.
“¿No se enteró? Delante de la sinagoga hay un monstruo marino de cinco patas, tres ojos y una barba como de un chivo pero de color verde”- le gritaron mientras seguían corriendo.
Al prestar atención a la gente que integraba la multitud que pasaba frente a su ventana, Feivel se percató que se encontraba el rabino.
“Santo Dios” – exclamó Feivel. “Si el rabino en persona se ha unido a esta multitud algo debe estar sucediendo de verdad en la sinagoga. Donde hay humo hay fuego” – pensó.
Sin dudarlo, Feivel tomó su sombrero y corrió detrás de la muchedumbre y el rabino para corroborar la presencia del monstruo marino de cinco patas. “Si todos van hacia allá debe ser verdad se dijo a sí mismo mientras corría sin parar y sin aliento hacia la sinagoga”.
Esta leyenda extraída de relatos de tradiciones judías y transcripta por Nathan Asubel, pone en evidencia el poder que puede adquirir una mentira cuando se deja correr y se difunde masivamente. Tal es ese poder - como expresa Asubel- que muchas veces la persona que inventa y difunde la mentira termina creyendo su propio engaño.
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